CORPUS CHRISTI. PAN
PARTIDO, ALIMENTO DE FRATERNIDAD.
Y esto lo ha entendido
muy bien la Iglesia al presentarnos con la fiesta del Corpus Christi en la cual
adoramos a Jesús en la Eucaristía, nos presenta también a los pobres e
indigentes y a tantos necesitados en el
día de Cáritas.
En la solemnidad del Corpus
Christi, el Señor, compadecido de nuestra desesperanza y soledad, nos
invita a encontrarnos con Él en el
camino y a sentarnos a comer en su mesa.
Espera así que, unidos a Él,
nos convirtamos en testigos de la fe, forjadores de esperanza,
promotores de fraternidad y constructores
de solidaridad en medio de esta
situación tan doloroso que estamos pasando.
Un Dios encarnado que se hace compañía de nuestra soledad,
Pan de nuestras hambres y gesto vivo del amor que empieza en Dios, abraza al
hermano, para volver a Dios.
Jesús es el Pan de Vida, y así se presenta, como pan bajado
del cielo, pero con tal cualidad que a diferencia del maná que también bajó del
cielo, el que Jesús ofrece no vale para quitar el hambre fugaz y momentánea,
sino el hambre más honda: la del corazón. Jesús viene como el pan definitivo
que el Padre envía, para saciar el hambre más profunda y decisiva: el hambre de
vivir y de ser feliz.
Pero seguir a Jesús, nutrirse de Él, no significa desatender
y abandonar a los demás. Torpe coartada sería ésa de no amar a los prójimos
porque estamos “ocupados” en amar a Dios. Jamás los verdaderos cristianos y
nunca los auténticos discípulos que han sacudido las hambres de su corazón en
el Pan de Jesús, se han desentendido de las otras hambres de sus hermanos, los
hombres. Comulgar a Jesús no es posible sin comulgar también a los hermanos. No
son la misma comunión, pero son inseparables. Al comulgar con el Cuerpo de
Cristo, somos enviados por Él con la energía y la luz necesarias para salir al
mundo, para partirnos por los heridos de la vida, para forjar las comunidades
que puedan recibirlos con hospitalidad evangélica.
Y esto lo ha entendido muy bien la Iglesia cuando al presentarnos la fiesta
del Corpus Christi en la cual adoramos a Jesús en la Eucaristía, nos
presenta también a tantos afectados
por esta crisis que estamos padeciendo,
a los pobres e indigentes, en el día de Cáritas. Difícil es comulgar a Jesús,
ignorando la comunión con los hombres. Difícil es saciar el hambre de nuestro
corazón en su Pan vivo, sin atender el hambre de los hermanos: tantas hambres
en tantos hermanos.
Pedimos la intercesión
de María, “custodia viva del Señor”, para que nos libre de tantas pandemias que a veces nos quedan lejanas pero
que provocan sufrimiento a muchos hermanos y hermanas nuestros y de todo el
mundo.
Que Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude a
poner siempre nuestro corazón en los bienes
del cielo y oriente nuestra mirada hacia sus hijos más necesitados.
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