DOMINGO DE
PENTECOSTÉS.
Con Pentecostés
termina el tiempo pascual. Desde la derecha del Padre, Cristo y el
propio Padre envían al Espíritu Santo sobre la primera comunidad creyente.
Desde entonces, la vida cristiana no se puede entender sin el Espíritu Santo y
su acción discreta y eficaz. Él nos convirtió en hijos de Dios
el día de nuestro bautismo, nos
robusteció la fe y nos envió al mundo el día
de nuestra confirmación, nos ha devuelto la amistad con Dios moviéndonos
a conversión y renovándonos interiormente en el sacramento de la reconciliación, nos ha convertido en
matrimonio o en diácono o en sacerdotes, nos llama en cada ocasión a la
celebración eucarística, nos reúne y nos convierte en asamblea.
El Espíritu Santo ha hecho
de nosotros personas pascuales. Seamos seres que viven del Espíritu del Señor, seres que dan frutos de vida nueva en el Espíritu.
Pentecostés es una fiesta misionera, de envío a anunciar a Jesucristo resucitado y su mensaje
en todos los ambientes. Los laicos están llamados a vivir su compromiso
apostólico en complementariedad y colaboración con otros miembros de la comunidad cristiana. Debemos estar cada
vez más convencidos del particular significado que asume el compromiso
apostólico en la parroquia. Los laicos han de acostumbrarse a trabajar en su parroquia en íntima unión
con sus sacerdotes, a exponer a la comunidad eclesial sus problemas y los del
mundo y las cuestiones que se refieren a
la salvación de los hombres, para que sean examinados y resueltos con la
colaboración de todos; a dar, según sus propia posibilidades, su personal
contribución en las iniciativas apostólicas y misioneras de su propia familia
eclesiástica. La participación viva de
los laicos en la vida de la parroquia
permite que ésta responda a su vocación original de ser lugar de comunión de
todos los hombres.
Antonio
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