DIOS NUNCA
FUERZA A NADA.
Dios nunca fuerza a nada. Puede pasar de largo ante mí pero
no quiere imponerme su amor. El que no
quiera creer que no crea. Se puede decir que no a la propia felicidad y al
sentido de la vida. Soy libre. No quiero se forzado a hacer algo que no quiero hacer. Dios no obliga, no
me pide lo que no sé dar. Me llama con libertad. Siempre está esperando a que vuelva.
Quizá la santidad consista en hacer de forma grande lo más pequeño, en vivir de forma heroica lo
más cotidiano. Cuando no se exigen grandes saltos sino simplemente
aquellos pequeños pasos que son a veces
los que más cuestan. Porque cuesta caminar cada día sin esperar algo diferente.
Porque es difícil aceptar las pequeñas
cruces que no son grandes y por eso
a veces parecen más fáciles de
llevar pero no es cierto. No es sencillo, vivir lo cotidiano, lo diario. Lo que
no hace ruido, lo que no llama la atención. Cuesta vivir lo que no es noticia,
como si fuera algo importante y grande.
Cuesta comprender que mi vida se juega en estos momentos en lo
que no pasa absolutamente nada relevante. Y todo depende de mi sí dado con alegría y silencio. Creo
que mi vida es mejor cuando me oculto detrás del corazón de María, cuando me
arrodillo delante del corazón de Dios, cuando me sé enviado a una misión que
supera mis fuerzas. Entiendo que las obras
más grandes no son las que más
gritan, sino las más profundas, las que nadie ve.
Deseo llegar más lejos y más alto. Debo hacerlo en el trabajo
cotidiano, en el sacrificio diario. Sin llamar la atención, sin gritar más
fuerte. Diciendo que sí cada día a lo que me toca.
Abrazar la cruz con un corazón grande. Y estar dispuesto a
amar, incluso cuando no sea correspondido. Le pido fuerzas a Dios para caminar despacio, para correr
cuando toque. Para llegar a la cruz y
besarla arrodillado con el corazón en mis manos. Basta con que yo me arrodille
ante Él y le diga sí cada mañana. Con eso basta. Es suficiente.
Comentarios