Comenzamos la Cuaresma, tiempo fuerte litúrgico que nos
prepara a la Pascua. La razón de la Cuaresma radica en ayudarnos a vivir
el acontecimiento central de
nuestra fe: la Resurrección del Señor.
Hemos experimentado las limitaciones, las debilidades y las
flaquezas de nuestra vida, tanto a nivel general como social, e individual como
personal. Frágiles, limitados,
erosionables nos hemos reconocido frente al peligro y la amenaza
del virus que acabó con nuestra salud, cerró nuestros negocios y nos
confinó de una manera que no habíamos
imaginado. Hoy se nos muestra un camino y una solución que puede arreglar y dar solución a esta
“levedad” de nuestro ser.
Pedimos por nuestros hermanos
de Ucrania que están sufriendo esta invasión que les priva
de su libertad y provocando tantas víctimas. Pedimos también por la paz
en Tierra Santa y en tantos lugares en conflicto. Que la paz sea una realidad
pronto. También pedimos por nuestra
querida España, para que reine la paz y la unidad.
No dejamos de pedir
por el respeto y derecho a la vida desde sus inicios hasta su fase final por
medios naturales.
Al iniciar el tiempo
de Cuaresma se nos propone un nuevo modelo de enfrentarnos a la vida, una forma de vida y de actuar
distinta. Hay que aprender una nueva manera de ser, necesitamos cambios,
necesitamos hacer las cosas de otra manera. Estamos faltos de conversión, de reconducir conductas y
acciones. Esto se nos pide y, para ello se nos ofrece un tiempo, cuarenta días,
como tiempo de salvación. Iniciemos un confinamiento de nuestro espíritu para
que, libre de todo peligro, adquiera la salud.
La oración es “la
respiración del alma”. Nadie puede
vivir sin respirar. Así mismo, ningún
cristiano puede llevar una vida de calidad, si no reza. Tal vez, la falta de oración sea una de las mayores causas, en
una buena parte de cristianos, de la
indiferencia y de la falta de coherencia
en la vida. Tener espacios y momentos
de encuentro con Dios, conmigo
mismo y con los demás, tiempo de calma y
serenidad, sin ansiedad, sin prisas para estar con Dios y conmigo mismo a solas, tiempo de silencio donde encuentre
momentos que pueda escuchar, no ya los ruidos externos de la vida, sino el
interior de mi corazón, donde Dios
me habla con tanta frecuencia. Tiempo
de oración con la comunidad, para
que la palabra de Dios ilumine nuestra vida.
La Iglesia también nos propone el ayuno y la limosna. Al
hablar del ayuno, no podemos circunscribirnos a la privación de alimentos en
ciertos días. El ayuno es más amplio e importante que eso. Se trata de
prescindir y privarse de aquello que no está en la línea con la orientaciones y
exigencias que marca el evangelio, potenciando en nuestra vida aquello que es
voluntad de Dios, especialmente en el ejercicio de la caridad, la personalización de la fe,
viviendo con mayor intensidad la virtud
de la esperanza cristiana El ayuno que hoy nos parece estar fuera de
contexto. La agresividad de nuestra sociedad en sus campañas para que
consumamos más y más, no encaja con este mandato de privarnos de cosas, de ser
austeros en las compras, en lo que
usamos y gastamos. Tenemos que experimentar que es posible vivir con
menos, que no tenemos derecho, aunque podamos, a despilfarrar, a tirar, a no
aprovechar lo que compramos. Privarme de
algo que me gusta, no malgastar.
La limosna siempre ha sido una expresión concreta del amor al prójimo. En los
tiempos que corremos, de enfermedad, de
paro laboral generalizada, la urgencia es mayor. Cuando la pobreza aumenta, el compartir se hace más necesario. La
práctica de la limosna como expresión
interior del compartir y de la solidaridad, de poner en común mis bienes, mis
dones y ofrecer con generosidad mi persona y mi vida me hará reconciliarme con
los demás. Nos domina la obsesión de poseer y acaparar, Pero Dios nos pide
descubrir el valor de compartir. Debemos incorporar a nuestra vida creyente
gestos de gratuidad, dar sin esperar nada a cambio, mostrando que somos una
familia cristiana.
No es tiempo de grandes penitencia, sino de grandes o
pequeñas superaciones, de nuestras indolentes perezas para servir mejor al
Reino de Dios, en la fraternidad, la compasión, la solidaridad y la justicia.
Que el Señor nos ayude a llevarlo a cabo a lo largo de
todo este tiempo de Cuaresma
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