UN NUEVO AÑO.
Me detengo ante un nuevo año, de la mano de María que
quiere darme todo su cuidado y protección. Es la puerta
de entrada de un nuevo año, del que esperamos siempre algo mejor, que todo cambie, que pase la crisis, que tengamos más orden que
tengamos paz y unidad en España, de que todo se recomponga y podamos volver a reunirnos, abrazarnos, a la espera de que
haya trabajo, a la espera de que tengamos más
alegría. Y lo comienzo tranquilo
lleno de confianza, lo miro con
alegría, con optimismo. Miro a
María que viene a sostener mi vida. Ella me ayuda a crear un
mundo nuevo. Es la Reina de la paz.
Me enseña a vivir
con paz. De su mano soy capaz de
mirar más alto. Veo las cumbres y los
altos ideales que encienden mi alma. Quiero que Ella me
ayude a pasar por alto las
pequeñeces fijándome en lo realmente importante.
Me arrodillo en el Santuario al comenzar un nuevo año. Tengo
miedos. Muchas incertidumbres. Tal
vez dolores y por eso pienso que sea mejor el año que comienza
que el pasado. Me duele el alma. Por la
pérdida. Por los males. Por el fracaso.
Recuerdo cómo comencé el año que ha terminado lleno de buenas intenciones y sabios propósitos. He
visto cómo he dejado de lado aquello que al comienzo del año se había convertido en necesario.
¿Por qué fallo tanto en lo que me
propongo? Los propósitos fallidos me
desaniman. Loa momentos que
vivimos de incertidumbre, me
desconciertan.
Ahora lo intento de nuevo. Y lo miro así: El inicio del éxito
de cualquier propósito es saber que en
realidad podemos. El hecho de vivir hace
que el acierto y la felicidad, sean posibles.
Me motiva pensar que yo puedo si lo que deseo lo emprendo con
corazón abierto y valiente. Dios me
bendice. María me alienta con su mirada
que no desvía de mi alma. No quiero
que sea como todos los años, en especial
que no sea como el que finaliza Aunque sé
que soy débil y el ideal está más lejos que lo que alcanzo a realizar.
Lo pienso de nuevo. Pienso en lo
que quiero, en lo que sueño.
Sí, quiero proponerme ser más
santo, más de Dios, más humano,
más misericordioso. Sí, quiero ser más libre, más auténtico, menos crítico, más positivo.,
menos quejumbroso. Sí, quiero salir de mí mismo, de mis miedos y mis manías. Sí,
quiero vencer el pesimismo y abrirme a
lo nuevo con un corazón de niño. Sí, quiero tener más coraje, porque creo que es una virtud que
escasea y quiero ser valiente.
No quiero desanimarme ante la primera dificultad. Sí, quiero
saber que la vida me la da
Dios para que la aproveche, siendo feliz y haciendo felices a otros.
Pero de nuevo, a medida que enumero la lista de buenas
intenciones, me parece todo demasiado vago y general. ¿No me pasará lo mismo al
llegar diciembre? No pensaré que sigo siendo el mismo, igual de mediocre, de
tibio y poco santo?.
No lo sé. No quiero
adoptar una postura negativa ante el futuro. Es verdad que mis miedos al mirar
el futuro me hacen temer lo peor. Pero yo creo que puedo hacer las cosa nuevas. Día a día. Sin prisas. Pero siempre con Dios. Con
sus manos. Con su poder. Aunque mi dolor
sea el de siempre. Y mi mediocridad conocida.
No pienso en propósitos típicos, como adelgazar, hacer
más deporte, o leer más libros.
Esto me parece más de lo mismo. Pienso en algo que
sea más importante. ¡Cuál es mi
prioridad para este nuevo año? ¿Qué acento pongo?¡Cuántas páginas en blanco
`para que yo las escriba!. Dio y yo.
Tantas horas días y meses. Todo
dispuesto para volver a empezar. Pienso
en lo que deseo, en lo que quiero. Me pongo manos a la obra. Vivo en Dios.
Comentarios