DOMINGO 24 TIEMPO ORDINARIO CICLO A
El Evangelio de este Domingo trata sobre la necesidad de
perdonar siempre, de forma radical e ilimitada.
Se trata, todos somos conscientes, de una de las exigencias más difíciles que Jesús nos
hace. Sin embargo no existen, en este campo, medias tintas, evasivas,
disculpas: se trata de un valor
fundamental de la propuesta de
Jesús.
Él dio testimonio con gestos concretos, del amor, de la
bondad y de la misericordia del Padre. En la cruz, él murió pidiendo perdón por
los que le estaban matando.
El perdón y la misericordia se tornan todavía más complicados
a la luz de los valores que presiden la
edificación de nuestro mundo.
El “mundo” considera que perdonar es propio de débiles, de
vencidos, de los que desisten de imponer
su personalidad y su visión de las cosas.
Dios considera que perdonar es cosa de fuertes, de los que saben lo que es
verdaderamente importante, de los que está
dispuestos a renunciar a su
orgullo y autosuficiencia par apostar por un mundo nuevo, marcado por
relaciones nuevas y verdaderas entre los hombres.
El perdón no puede ser confundido con la pasividad, con la
alienación, con el conformismo, con la cobardía, con la indiferencia.
El cristiano ante la injusticia y la maldad, no esconde la
cabeza debajo del ala, fingiendo que no ha visto nada.
El cristiano no se calla ante lo que es un error; pero no
guarda rencor al hermano que erró, ni
permite que los fallos destruyan la posibilidad del encuentro, de la comunión,
del diálogo, del compartir.
Perdonar no significa encerrarse en un silencio ofendido o no
asumir las responsabilidades en la construcción de un mundo nuevo; significa
estar siempre dispuesto a ir al encuentro, a extender la mano, a reiniciar el
diálogo, a dar otra oportunidad.
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