AGRADECER POR LA VIDA.
No quiero que se me
escapen más días sin amar en lo profundo. Sin dar la vida sin
miedo. Cada día pasado es una oportunidad que
he tenido de amar más, de
perdonar siempre, de querer hasta el extremo a los que Dios ha puesto en mis
pasos. Me da paz saber que la vida se
compone de muchas decisiones erradas y
otras, gracias a Dios, acertadas. Me conmueve el dolor de los que sufren y me
emociona la alegría de los que sonríen.
¿Cómo podré cambiar este mundo para que sea un poco mejor?
Siento que me faltan
las fuerzas. Quizá la comodidad se me ha pegado a la piel exigiéndome el
descanso. Y yo quiero dar más y más, soñar más, caminar más, subir más alto. Y
las fuerzas se escapan, o los días, o
los años. Y sonrío agradecido. ¿Cuándo veté el rostro de Dios? Pregunta el
alma. Y un silencio me cubre con un velo. Y la esperanza se dibuja ante mis ojos. Tengo tanto por lo
que dar gracias. Me quedan aún muchos
pasos.
A veces pienso que yo
he encontrado a Dios, que he dado pasos para acercarme a Jesús y hacerme amigo por el camino. No he
sido yo, ha sido Él. Jesús se puso en
marcha siguiendo mis pasos, al ritmo de
mis miedos avanzó. Sé que puedo abrir las puertas del cielo con mi pobreza, con mi súplica, con mi humildad. Dejo a un lado el miedo, Dios sabrá lo que puede hacer conmigo, cuando le
deje actuar en mi vida y no me resista a sus deseos.
Miro agradecido mi vida y veo tantos rostros que
se desvelan ante mí como un regalo caído del cielo. Tantas
historias que han tejido mi vida. Tantas palabras y tantos silencios. Tantos abrazos
sostenidos en el tiempo. Un año más, un día más. Nada cambia. Sólo con
un paso camino al cielo, a esa eternidad
prometida. Y la sonrisa de Dios cada vez
que yo lo miro. Siento un abrazo
en lo hondo de mi ser. Como una mirada que me recuerda que la vida merece la
pena. No quiero perder el tiempo. Doy gracias a Dios por la vida
que me da. Sigo caminando. Sonrío.
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