MIRAR  A  MARÍA  EN EL  MES DE MAYO.

Miro  a María  en este mes  de mayo, en su mes. La miro a Ella que  viene a visitarme, como hizo un día con Isabel.

María  sale  a mi encuentro, esa imagen que me muestra su rostro. Quisiera mirar a María y descansar un rato. Quiero mirar en silencio, contemplar  sin saber nada, sin decir nada, sin comprender nada.

Miro a María en este mes en el que la luz  del sol me recuerda que estoy hecho para la vida. Cuando florecen las primeras flores y la naturaleza  se muestra agradecida  con unas  gotas   de agua.

El cielo parece esquivo en mandar agua en abundancia. María  mira  mi corazón en sequía. Mira  mis miedos y mis rencores, mi soledad y mi llanto, mis  risas y alegrías.

Creía  que era yo quien la miraba  a Ella. También agradecido. Pero es Ella  más bien  la que me espera y sale  a buscarme. La que me convoca en el monte y me invita  a bajar al llano. La  que hace  morada en mí y me muestra una morada dentro  de Ella. Es un camino de ida y vuelta, de marcha y de descanso, de abrazo y bienvenida.

Es Ella la que canta dentro  de mí para que yo cante. O la que guarda  silencio para  que  escuche. La que sonríe para que me calme Y la que llora conmigo para que  no me sienta solo. La que amanece en medio  de mis noches. Y se torna  calma en mis  tempestades. Es Ella la que vuelve  a comenzar cuando yo creo haber acabado. La que susurra mi nombre cuando no me encuentro porque estoy perdido.

En este tiempo de sequía, de desierto, Ella quiere sembrar un jardín lleno de vida, de flores, de agua, de árboles. Y quiere  que  sea yo es jardín para tantos  que buscan paz para el alma.

Es Ella la que acaricia mis  heridas  cuando  se las descubro. La que  me alimenta cuando estoy desfallecido. La que me dice cuánto valgo cuando siento que no valgo nada. La que  me perdona después de intentar ocultar mis faltas. Sólo por miedo.

Es Ella quien me espera y quien camina a mi lado. Sale  a mi encuentro y corre a  mi lado. La que sabe todo lo que me conviene e ignora  todas  mis caídas. No me recrimina y no me  echa nada en cara. Sólo desea  que cambie  porque  me hará feliz ser capaz  de seguir sus caminos.

Quiere que me quede cada tarde mirando su mirada. Sin decir nada, sin buscar resultados. No le tengo miedo  a su mirada expectante. Me  mira bien, conmovida y eso me da alegría.

No quiero mentirle cuando digo que la  amo. En ocasiones  siento que  es mentira. Amo más  a mi vida y mis  sueños. Pero a Ella no la cuido tanto como debería.

Me da vergüenza  reconocer que no soy tan buen amante y me reservo, me escondo y no creo que pueda  amarla tanto como para darle  la vida. Me da miedo ser infiel y por  eso no prometo nada.

Pero Ella  quiere todo de mí y al mismo tiempo me lo da todo. Quiere  que esté  lleno  de alegría, de paz, de esperanza. Que  mi corazón se llene de  vida.

Es mi Madre, María, que nunca  se cansa  de  abrazar, de acoger, de sostener. La Madre que sabe todo lo que me pasa, conoce  mis miedos y mis pesares y ha estado ya conmigo sufriendo mis cruces.

Me emociona  mirar a María en este  mes consagrado  a Ella. Me alegra decirle que lo voy  a intentar siempre  de nuevo. Quiero  mirar su rostro para sentirme libre y no necesitar que nadie  me dé migajas de amor  para sentirme completo. Su mirada me sostiene y levanta. Dejo  de tener miedo.

Antonio

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