Siempre hay algún enfermo junto a mí. Personas que sufren. Dolores que parecen incurables. Almas sufrientes incapaces de encontrar la paz. Jesús cura a tantas personas en su vida entre los hombres. Muchos de ellos fueron desconocidos que se acercaron a Él con fe en el camino y se postraron a sus pies. Creyeron en Él. Tuvieron una fe pura. Fue suficiente para ser sanados. La enfermedad a mi alrededor siempre me conmueve. El dolor de los que sufren. Dios parece no hacer nada.
Cuando es a mí a quien le pasa la verdad
es que a veces me indigno. ¿Por
qué yo?. Cuando me toca a mí la enfermedad,
o a un ser querido, no entiendo nada. Me
siento de los amigos de Jesús. Soy de los que han creído en su poder y lo han
amado. La enfermedad me asalta y Jesús
se demora en llegar a mí, no
llega, siento que me voy a enojar con Él. La amistad es el amor que me impulsa a defender a aquel
a quien amo, a salvarlo en un gesto cotidiano, puro, único, heroico.
Cuando alguien a quien amo se enferma,
lo dejo todo y voy a acompañarlo, a
abrazarlo para que no esté solo, la
verdad es que también los hago con bastantes.
La enfermedad es un extraño que entra en la vida y lo
cambia todo. Cuando fallan las fuerzas y me
quitan todo lo que antes me
parecía seguro. Admiro a los que luchan creyendo en lo imposible. Se reponen
una y otra vez. Se enfrentan a la muerte y desafían llenos de confianza. Me
gustaría ser así en la enfermedad. Me gustaría mirarla cara a cara y decirle
que voy a luchar hasta el final. Quizás algún día me vencerá, pero no ahora.
Creo que esa es la actitud del que tiene fe en la vida.
Quisiera vivir con paz la enfermedad, no vivir poniéndome
límites, sino aceptando los límites que la enfermedad me fuerza a vivir. Y
dejándome ayudar por los que están a mi lado, son los que más sufren. La
enfermedad es parte de la vida. Estoy enfermo en algo. Tengo enfermedades no
diagnosticadas. Seguro que mi alma està enferma. Necesito la curación. Que
Jesús venga a visitarme. Necesitaré decirlo, expresar que me hace falta la
ayuda de los demás. No es fácil reconocer que no puedo valerme solo como antes.
Que me hacen falta los otros. Que tengo límites que antes no tenía. La
enfermedad limita mis decisiones que antes parecían firmes. No me importa, lucharé.
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