3º Domingo de Cuaresma. Ciclo A.

 



DOMINGO DE LA SAMARITANA.

Jesús entabla una conversación sencilla y profunda a la vez, con aquella mujer, la Samaritana, de vida “irregular” y le pide, no sólo agua, sino también el desahogo de sus gozos y penas.

Sentado al borde del pozo le dice  a  aquella mujer: Dame  de beber. El Señor ha leído en su corazón y ella reacciona con humildad y admiración. No se irrita al verse descubierta. Simplemente reconoce que está  delante de un hombre de Dios, delante de un profeta.

La Samaritana venía buscando agua para saciar su sed, pero Jesús conoce la hondura del corazón humano cuando le dice  a la mujer Dame  de beber, le  está pidiendo el agua de sus búsquedas de sentido, de aquello que le revela la profundidad de su corazón y el lugar donde  se albergan los más hondos ideales y también las más profundas heridas.  La Samaritana con el encuentro con Jesús  se da cuenta de  esa otra sed que tiene de conocer su verdad, de saciar la sed  de coherencia que, quizá durante años ha ocultado. Al ser  “descubierta” por Jesús se da cuenta de  que el engaño, la mentira y el disimulo no pueden ser la norma  de su vida y escucha atentamente  sus palabras. Le cree y le pide  de esa agua viva que quita la sed para siempre, Señor, apaga esta sed que me hace buscar entre los hombres lo que solo en Dios se puede encontrar.

La  Samaritana nunca pudo pensar, cuando se iba acercando al pozo, que, en ese judío aparentemente muy cansado y polvoriento, estaba la solución  a los problemas de su larga y difícil vida. Tampoco nosotros podemos adivinar lo que  se nos viene encima en muchas circunstancias. Por  eso conviene poner  de manifiesto, una vez más, y ahora en este tiempo  de Cuaresma, que Dios no nos deja solos. Que  Dios está  siempre en nuestro caminar. Que Jesús  está sentado siempre al borde del pozo esperándonos. Que hemos de  estar atentos a las cosas que Dios nos envía. Y puede hacerlo de muchas maneras. Y todos los días.

Que nuestra sed nos  ayude en la búsqueda de los manantiales donde brota el agua  de la vida, la verdad y el amor y con decisión, digamos: Dame  de beber, Señor.

Antonio

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