REFLEXIÓN
DOMINGO 7º DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A
AMAR A LOS ENEMIGOS.
En este domingo Jesús nos habla de la proclamación del mandamiento del amor, dándole una amplitud y una generosidad tales que hacen de
este pasaje uno de los más
característicos del Evangelio.
No resulta fácil, por propia voluntad, el amor a los enemigos
por parte del ser humano. ¿Responder al
odio con amor? ¿A la violencia con mansedumbre? ¿A la afrenta con la humildad?
¿Cómo llegar a ese grado de
exquisitez cristiana? ¿Cómo regalar bien
ante el mal? Ni más ni menos que, colocando en el centro de nuestra existencia,
a Dios mismo.
Él es la fuente de la bondad y, cuando Dios configura el vivir cotidiano de una persona, esa misma persona,
es capaz de llegar al grado de perfección o a esa utopía que nos puede parecer el
evangelio de este día. La característica esencial de Dios es la bondad misma, el amor mismo. Y, Dios, no puede hacer otra cosa que
eso: amar. Podrán muchos de sus hijos olvidarle, ultrajar su nombre y dudar de su existencia.
Dios por el contrario, responderá una y otra vez con lo que
tiene y ofrece espontáneamente: amor. Dios siempre está dispuesto a perdonar. Esa es la diferencia entre Él y
nosotros, perdona, olvida y entrega
amor. Nosotros desde nuestra humanidad, dosificamos el perdón, nos
cuesta olvidar y el amor lo damos con cuentagotas.
La vida de un cristiano debe ser un imitar las actitudes, pensamientos, obras
y deseos de Cristo. Por lo tanto,
abrirnos sin desmayo y sin miedo, mirar al cielo cuando se nos hace sufrir en la tierra, meditar la gran lección que Jesús nos da en la cruz pueden ser perfectamente unos claros síntomas de que
queremos vivir según Él y que, entre otras cosas, deseamos ansiar la perfección
cristiana (llevándola a la práctica): en
el encuentro con nuestros prójimos, manifestarles por la viveza y sinceridad de
nuestro amor. Que el amor y el perdón sean el signo de nuestra fe.
Comentarios