El silencio de María

 


EL  SILENCIO   DE  MARÍA.

María guardaba silencio. Aprendió  de niña a guardar silencio. No es tan sencillo callar.

“No sería necesario recurrir  tanto a la palabra, si nuestras obras  diesen auténtico testimonio”

María guarda silencio. Es un silencio lleno  de luz. María calla, porque  aprendió a hacer  silencio desde niña. Para escuchar, para aceptar, para mirar con luz  en los ojos.

María escuchó en su alma tantas veces la voz  de Dios:”No temas, María, espera” Y esperó. La Palabra  de Dios se hizo carne  en Ella.

Se hizo voz en defensa  de los pobres. Se hizo perdón pronunciado con fuerza, se hizo misericordia en brazos  humanos, se hizo comprensión en una mirada que levantaba al caído.

Yo no sé  guardar el silencio  de María. Ella supo esperar con paciencia  de Madre, de hija. Supo aguardar a ver lo que ocurría, porque los planes  de Dios no siempre coinciden con mis planes.

¡Cuánto  me cuesta a mí acoger los planes  de Dios en silencio! ¿Cuánto me cuesta no rebelarme, gritar, protestar, demandar, cuando Dios  me  pide lo imposible!

Es injusto, le digo ¿Por qué yo? No guardo silencio, no acepto otros planes diferentes a los míos. No sé repetir las palabras de María:”Hágase en mí, según tu Palabra”.

A veces creo que tengo algo que decir. Siento que me tienen que  escuchar. Que sepan, que entiendan. No me callo, no guardo silencio, como María. Me falta esa  fe ciega en un Dios providente.

Dios  me ha hecho una promesa y a mí me cuesta creer  cuando no sale todo como yo espero. Necesito escuchar las palabras que María escuchaba:”No temas, María”

Necesito hacer silencio para escuchar  su voz, para que no brote la  amargura. Mis   gritos ahogan la esperanza, matan la  alegría y hacen brotar la  amargura. Mis  silencios me vuelven manso y humilde. Necesito ese  silencio que choca  con los  gritos de los que odian, contra los  golpes  de los violentos, contra la rabia de los que no con conocen la misericordia.

Miro el silencio  de María y me  asombro. No hay rebeldía en ella. En mí si hay rabia, grito, increpo, exijo. La  cruz siempre supera mis  fuerzas. Nunca estoy preparado para cargar con ella. Sólo me pide Jesús que confíe. Que  suplique  misericordia en mi corazón, callado, en silencio. Quiero aprender a mirar la cruz  como María, a besarla con sus besos, a acariciarla con sus caricias, a contemplarla   con su silencio.

Quisiera aprender  a tocar todas las heridas. La  de los  hombres,  mis propias  heridas, con ternura, con delicadeza. Quisiera  aprender  a  abrazar los fracasos, sin rabia y entender que hay caminos que hoy aún no conozco.

Necesito guardar silencio para escuchar el murmullo de Dios dentro de mi alma. Para sentir su abrazo que me susurra:”No temas, espera”.

Y yo me levanto dispuesto a esperar. En silencio, aguardando, sabiendo que no estoy solo. María me sostiene en silencio.

Y yo la abrazo y beso guardando silencio. Sobran las palabras, sólo hace falta aprender a amar con gestos.

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