Sueño con una Iglesia joven, renovada, profunda, radical, humilde, fiel, alegre, sencilla, veraz, apostólica, enamorada.
Una Iglesia enamorada me conmueve. El poder, el bienestar y
la adulación de los hombres me debilitan.
La persecución, la injusticia, la pobreza y la impotencia me empujan
a no desfallecer.
Cuando me he acomodado
y no necesito buscar más entonces pierdo la fuerza.
Una Iglesia que vive
con temor a perder sus beneficios y
poderes es una Iglesia que se
vende a los ricos que la puedan mantener en el lugar en que se encuentra.
Y yo me siento parte a menudo de esa Iglesia establecida que no necesita nada
más. No busca nada más. No se inquieta
ya ante las injusticias porque las ve lejos.
Y entonces ya no necesita creer en un cielo nuevo y en una
tierra nueva.
Porque deseo un cielo nuevo y una tierra nueva cuando no me
colman en mis deseos la tierra que ahora habito. Cuando no me da paz vivir en
este tiempo revuelto lleno de
injusticias.
Cuando estoy bien con lo que deseo no necesito nada nuevo. Lo
viejo me basta. Me he acostumbrado a lo
de siempre. Tengo poder suficiente,
logro lo que deseo y sé que puedo alcanzar
lo que más me agrada. No hay
barreras, no hay obstáculos.
Me da pena `pertenecer
a una Iglesia que ha perdido su pasión misionera. Se ha acomodado y vive esperando a que lleguen los
fieles para echarles en cara su debilidad, su frialdad de ánimo, su poca fe.
Quisiera encarnar y creer
en una Iglesia en salida al encuentro
del hombre perdido que no tiene fe. Una Iglesia en continuo movimiento
sin peligro de instalarse. Y una Iglesia heroica que conoce el valor de la renuncia y la entrega por amor.
Una Iglesia pobre porque necesita poco para vivir. Porque la
felicidad no la encuentra en todos los bienes
terrenales. Una Iglesia alegre que vive
de la fe y no teme por la propia vida porque ya la ha entregado para
siempre.
Me conmueve esa Iglesia joven
siempre abierta al cambio y a la novedad.
No se queda apegada al
pasado, a las normas de siempre, a las
cosas tal como siempre se han hecho. No
es rígida, cree en los cambios, es flexible.
Creo en la Iglesia que
aspira a vivir la santidad de lo
cotidiano. Y para eso me invita a cuidar
mi mundo interior, mi fe en ese Dios que
camina conmigo por la vida.
Esa Iglesia no condena
a los hombres, no vive dictando normas y exigiendo su cumplimiento.
Sabe que el
mandamiento principal es el del amor
porque ha conocido el corazón misericordioso de Dios y entiende que es la única
manera de vivir. Creo en la iglesia que
quiere encarnar el corazón misericordioso de Dios para que lo encuentren aquellos que buscan por los caminos a ese Dios
lleno de bondad.
Definitivamente sé que soy
o una puerta abierta de entrada, abierta al corazón de Dios o una puerta
que se cierra e impide el acceso de los
más necesitados.
Mis actitudes, mis formas, mis palabras o mis silencios abren o cierran la puerta de la Iglesia. Soy yo el que bloquea o
facilita, el que responde o rechaza. El
que está accesible o lejano.
Yo soy el rostro de Cristo
en esta Iglesia de hoy donde la gente
no llega al toque de la campana.
Ahora mi Iglesia está
en salida hacia aquel que ha perdido la fe o se siente condenado por
aquellos que encarnan el rostro de Dios
en su Iglesia.
Veo que con frecuencia no les pongo las cosas fáciles a los demás. Les exijo, les demando. Y les
pido que carguen pesos que yo no estoy dispuesto a llevar.
Les pido
comportamientos impecables que yo no asumo. Y les hablo de
pulcritud pero yo no soy pulcro. De un amor misericordioso que yo no ejerzo..
Les explico la importancia
del diálogo y les cuento cómo es ese perdón que yo mismo no soy capaz de
dar, cuando se lo niego a mi hermano.
Es fácil predicar, es sencillo, basta con remitirse a lo que Jesús dice, decir
palabras, gritarlas. El papel lo aguanta todo. Pero lo complicado es ser fiel
a lo que uno predica. Querer estar a la
altura de lo que sueña y dice.
Hablar es sencillo cundo nadie logra ver
si soy coherente o no con lo
que he
dicho.
Hablo de perseverar en la fe
cuando yo mismo desisto de mis creencias
cuando no parece posible lo que
esperaba.
Hablo de ser humilde y
mi orgullo me juega malas pasadas exigiéndome estar por encima de mi hermano.
Digo que lo que Dios
quiere es que sea dócil pero me
cuesta aceptar cualquier
exigencia de nadie y no estoy dispuesto
aceptar las súplicas de quienes
menos tienen.
Sueño con una Iglesia
joven, renovada, profunda,
radical, humilde, fiel, alegre,
sencilla, veraz, apostólica, enamorada.
Antonio
Comentarios