II Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores

 



Este domingo XVII del tiempo ordinario celebramos  esta Jornada con el entrañable recuerdo de S. Joaquín y Santa Ana, los padres  de la Virgen María, los  abuelos maternos del Señor  Jesús.

Todos nosotros recordamos  con gran  cariño a nuestros propios  abuelos, cómo, cuando éramos niños, nos llenaban de  tiernas caricias, nos sentaban sobre sus rodillas o nos cogían en brazos. De ellos, como de nuestros padres, aprendimos lo que es el amor, sintiéndonos profundamente queridos, experimentando en lo más profundo de nuestro ser cómo derramaban generosamente  lo más importante que existe en el mundo: el amor.

En ese amor también nos transmitieron el gran regalo  de la fe, llenando nuestro tierno corazón del dulce consuelo de sentirnos amados no sólo por nuestra familia, por nuestros seres queridos, sino también por ese Dios que vive en lo más hondo de nuestro ser y que  llena nuestro corazón de su amor.  

Que mejor fruto existe, cuando nosotros mismos nos hacemos mayores, que devolver en nuestros nietos, en las jóvenes generaciones, aquello que nuestros abuelos un día, ya lejano, nos legaron: el amor y la fe.

 Los abuelos tienen  la gran tarea de seguir dando generosamente fruto para la vida eterna. Esa misión que nos espera a todos nosotros, nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. No olvidemos que el futuro  de la Iglesia y del mundo es  de los jóvenes y de los mayores: de los jóvenes porque  lo han de construir; de los mayores, porque   le han de enseñar a los jóvenes a construirlo con sabiduría de la experiencia  de la vida iluminada por el amor  de Dios. Las palabras de los abuelos  tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos    lo saben.

Los mayores tienen  una sensibilidad especial para el afecto entrañable, para la entrega generosa, para  la tierna compasión. Son maestros en la ternura pues  hacen una elección de amor hacia las nuevas generaciones. El papa Francisco nos invita a participar en “la revolución de la ternura, una revolución espiritual y pacífica a los abuelos y mayores a ser protagonistas”.

 No hay verdadera ternura sin estar apoyados en la oración perseverante: oración de súplica para avanzar en el camino de la santidad; de alabanza y de acción de gracias por todo lo que nos da; de intercesión por  los hermanos que sufren. Los mayores tienen mucho tiempo disponible: qué mejor elección que dedicarlo  a orar, a hablar  con Dios, a estar con Dios. La oración de los abuelos y mayores es un gran don para la Iglesia y también una gran inyección de sabiduría para toda la sociedad  humana: sobre todo para  la que está demasiado atareada, demasiado ocupada, demasiado distraída. La oración de los ancianos es muy hermosa.

Hermosura que estamos llamados  a compartir: orar y enseñar a orar a las jóvenes  generaciones, a los nietos. ¡Qué mejor  regalo les pueden dar los mayores sino la gozosa certeza de que Dios siempre les escucha cuando le hablan desde el fondo de su corazón! ¿Qué gran misión la  de los abuelos: llenar el corazón  de sus nietos con el tierno  amor de Dios que crece en la oración confiada!

Antonio

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