DOMINGO 3º DE PASCUA CICLO C.
Toda la Pascua es como un viaje en el que vamos acompañados
y nos dejamos acompañar por el Resucitado que cuando menos
lo esperamos se hace presente a nuestro
lado.
Podemos esforzarnos mucho y dedicar todas las horas del día
al esfuerzo de cambiar el mundo; pero, si Cristo no
estuviera presente, si no escucháramos su voz, si no oyéramos sus propuestas,
si no estuviéramos atentos a la Palabra que él continuamente nos dirige,
nuestros esfuerzos no tendrían ningún
sentido y no tendrían ningún éxito duradero. Es necesario tener conciencia
nítida de que el éxito de la misión cristiana no depende del esfuerzo humano, sino de la presencia viva del Señor Jesús.
Él acompaña nuestros esfuerzos, los anima, los orienta y
reparte con nosotros el pan de vida. Cuando el cansancio, el sufrimiento, el
desánimo tomen posesión de nosotros, él estará allí, dándonos el aliento que
nos fortalece.
La figura del
“discípulo amado”, que reconoce al Señor en los
signos de vida que brotan
de la misión comunitaria nos invita a ser sensibles a los signos de esperanza y de vida nueva que acontecen a nuestro alrededor y a ver en ellos la presencia salvadora y
vivificadora del resucitado.
Él está presente, vivo y resucitado en cualquier lugar en
donde haya amor, solidaridad, donación que
generan vida nueva.
El diálogo final de Jesús con Pedro llama nuestra atención
hacia una dimensión esencial del discipulado: seguir al maestro es amar mucho
y, por tanto, ser capaz de como él, andar
el camino del amor total hasta la entrega de la vida.
Hoy se nos recuerda
que la comunidad cristiana tiene por misión testimoniar y realizar el
`proyecto liberador que Jesús inició; y que Jesús, vivo y resucitado acompañará
siempre a su Iglesia, en esa misión vivificándola con su presencia y
orientándola con su Palabra.
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