SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES.
ESCUCHAR CON LOS OÍDOS
DEL CORAZÓN
Estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos
delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la
vida civil. Al mismo tiempo, la escucha
está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e
informativo, a través de tantas ofertas
como nos presentan, lo que confirma que
escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.
La escucha corresponde
al estilo humilde de Dios. Es
aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al
hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor. Dios ama
al hombre: por eso le dirige la Palabra,
por eso “inclina el oído para escucharle”.
Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un
oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera
interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto no tiene que ver solamente con el sentido del
oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón.
La primera escucha que
hay que redescubrir cuando se busca una
comunicación verdadera es la escucha de
sí mismo, de las propias exigencias más
verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y
no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de
estar en relación con los otros y con el
Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.
Lamentablemente, la
falta de escucha que experimentamos
muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en
la que, a menudo, en lugar de oír al
otro lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien,
se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia.
La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un
comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta
tención a las razones del otro y trata
de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad.
En realidad en muchos
de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando que el otro
termine de hablar para imponer nuestro punto
de vista.
Escuchar, es el primer e indispensable ingrediente del
diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado,
y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una información
sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo
tiempo. Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es
esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.
La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente
preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia, mucha desconfianza
hacia la información oficial, por eso ha sido difícil creer al mundo de la información.
También la realidad de las migraciones es un problema
complejo y nadie tiene la receta lista
para resolverlo.
En la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos.
Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los
otros. Nosotros, los cristianos,
olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos invitados a participar.
En la acción pastoral, la obra más importante es “ el apostolado del oído” Escuchar antes de hablar. Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.
Antonio
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