LA MIRADA DE MARÍA.
Me gusta mirar a María
cuando estoy en el Santuario. Su
mirada me penetra. Me detengo ante su
imagen. El corazón en paz. Mi corazón se
alegra porque ha creído. Yo
bebo de Ella y tengo siempre sed,
necesito volver. Sus palabras me muestran el camino, aprendí a enderezar
mis senderos torcidos. Quiero
tener una vida eterna, alegría y paz. En
María puedo descansar, me costó encontrar su rostro. Tuve que salir
de mí para volver a lo más íntimo
de mi alma repitiendo avemarías. Y allí apareció su rostro en la oscuridad de mis miedos, en la noche de mi desesperanza.
Ella me llena de paz.
No sé cómo lo hace, pero me abraza.
Me busca cuando me alejo. Me espera cuando regreso. No me recrimina, es
paciente y sonríe y su rostro me da paz. Su humildad me serena. Miro
a María para parecerme a Ella un
poco más, tiene una mirada pura y
limpia, es transparente de Dios.
Quiero mirar mi vida, como lo hace María. Alegrarme en Dios porque hace en mí
maravillas y yo soy tan pequeño.
Su mirada es la que me salva. Lo que hace que viva feliz cada pequeño regalo que la
vida pueda darme. No tengo derecho a
nada y todo es un don. Me mira y quiero
que me abrace, al igual que el Niño que
tiene en sus brazos, y me nombre
por dentro.
Quiero mirar a las personas y a los desafíos que el mundo me
presenta como lo hace María; Ella me
sostiene con su calidez y no me suelta de la mano. Su mirada sobre mi vida, está llena
de misericordia. Su abrazo es firme, no me suelta, no me deja irme y yo
tampoco quiero irme lejos de Ella.
Quiero quedarme a su lado. María me
enseña cómo tengo que vivir.
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