REFLEXIÓN.
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.
En un mundo como el nuestro, en el que hay tanto déficit de
alegría y optimismo, en el que uno a veces
incluso llega a pensar si la vida
tiene sentido, la fiesta de Todos los
Santos, nos invita a tener ánimos, a tener esperanza. La visión poética del Apocalipsis
nos asegura que este camino que seguimos
creyendo y viviendo como Cristo, tiene razón de ser. Nos habla de muchedumbre
incontable de personas que, a lo largo de la historia, han dicho “sí” a Dios,
una multitud inmensa de toda raza y condición. Todos han llegado a su madurez y
al triunfo definitivo.
El horizonte está teñido de esperanza. Somos invitados a mirar hacia delante y alegrarnos porque los
planes de Dios se cumplen en muchos. Celebramos a los
santos canonizados, conocidos y venerados en la Iglesia, pero
también a los no canonizados, los que no
constan en nuestras listas, pero si en las de Dios. Personas que en medio
de dificultades, han sabido ser fieles a
Dios, y vivir como nos enseñó Cristo: hombres y mujeres, sacerdotes y casados,
niños y mayores, obreros, misioneros, madres de familia, familiares nuestros y
personas para nosotros desconocidas. ¿Y qué han tenido todos ellos en común para alcanzar la santidad?. Lo común
de todos ellos lo señala el evangelio: han seguido, cada uno en su tiempo y en
su ambiente, el camino de las
Bienaventuranzas.
Este camino de las
Bienaventuranzas, el camino de la felicidad que nos propone Jesús, en muchas
ocasiones contrario al que nos propone
el mundo, lo han seguidos esos hermanos nuestros a quienes festejamos. No
porque todos hicieron milagros, sino porque vivieron con sencillez y
generosidad su vida cristiana de cada día. Fueron personas normales y no les
resultaría fácil vivir en cristiano. Vale la pena que nos dejemos iluminar y
llenar de ánimos por su ejemplo. Y que
le demos gracias a Dios porque nos sigue regalando personas que nos devuelven la
fe en la Iglesia. Ellos nos señalan la meta, nos ayudan con su intercesión, nos demuestran que es
posible seguir el evangelio de Cristo, y
nos dan ánimos en nuestra debilidad.
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