DOMINGO DE RESURRECCIÓN.
La gran noticia con la que amanecemos este Domingo, es que
Jesús ha resucitado. La resurrección
ilumina todos los horizontes de la existencia humana y nos permite fundamentar
nuestra experiencia en el hecho evidente de la victoria sobre la muerte.
Jesús tenía que resucitar
de entre los muertos. Esta evidencia, que nosotros vemos en nuestro
tiempo, es la clave para poder comprenderlo todo. Las inseguridades, las
sorpresas, los despistes de los
apóstoles nos muestran la verdad de quienes han seguido a Jesús con toda
confianza pero sin suponer esta final.
Ellos ahora lo comprenden todo. Pedro y
el discípulo amado, ante el sepulcro vacío y la evidencia de que tal como está el sudario lo que ha pasado
allí no es obra humana, ven y creen. Es en ese momento cuando lo comprenden
todo. A partir de ahí pasaría por su
cabeza todo lo escuchado y vivido con
Cristo y lo entendieron todo.
Nosotros tenemos la clave
de la resurrección desde el principio
de nuestra vida. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados de niños y
desde niños hemos sentido lo que es la
resurrección. Jesucristo resucitado brota para todos los que hemos sido bautizados con una fuerza renovadora
capaz de transformarnos interiormente para que ya no vivamos como antes, bajo
la presión de las malas inclinaciones, el egoísmo, la soberbia, la pereza
espiritual, el culto al cuerpo, la impiedad, el olvido de Dios. Es necesario creer en Jesucristo y
en el poder de su resurrección para
superar la atonía y la falta de vigor
espiritual y apostólico de muchos cristianos.
Esta atonía causa lo que el papa Francisco ha llamado la
“globalización de la indiferencia” que consiste en pensar que “yo estoy
relativamente bien y a gusto, y me
olvido de quienes no están bien”. Esta actitud egoísta se extiende en la
sociedad ante los problemas, los sufrimientos y las injusticias que padecen
tantas personas, incluso de nuestro
entorno.
La fe en Jesucristo resucitado dinamiza nuestra vida. Él nos
ofrece la posibilidad de renovar
nuestras aspiraciones y deseos, nuestros propósitos y nuestra conducta, para
hacerlos coherentes con los bienes que nos ha procurado con su muerte y
resurrección y que el Espíritu Santo actualiza sin cesar en todos los creyentes.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN ¡¡ALELUYA!
Antonio
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