DOMINGO 28º TIEMPO ORDINARIO CICLO A.
En el Evangelio de este domingo, la cuestión decisiva no es si Dios invita o
no invita; sino que es si se acepta o no
se acepta la invitación de Dios al “banquete” del Reino. Los invitados que no
aceptan la invitación, representan a
aquellos que están demasiado ocupados en escalar en la vida, o en
conquistar la fama o en imponer a los
otros sus criterios, o en disfrutar del
bienestar que el dinero les dio y no tienen
tiempo para los retos que Dios
nos presenta.
Vivimos obcecados con lo inmediato, o con lo políticamente
correcto, o por lo palpable, lo material y prescindimos de los valores eternos,
duraderos, exigentes, que exigen el don
de la propia vida.
La cuestión es: ¿dónde está la verdadera felicidad?.
¿En los valores del Reino o en esos valores efímeros que nos
absorben y dominan?
Los invitados que no aceptan la invitación representan,
también a aquellos que están instalados
en su autosuficiencia, en sus certezas, seguridades y prejuicios y no tienen el
corazón abierto y disponible para las propuestas de Dios.
Se trata, muchas veces, de personas serias y buenas, que se empeñan con seriedad en la comunidad
cristiana y que desempeñan papeles fundamentales en la estructura de los
organismos parroquiales. Pero
“nunca se engañan y raramente tienen
dudas”; saben todo sobre Dios, pusieron en dios la medida de sus interese,
deseos y proyectos y no se dejan cuestionar ni interpelar. Sus corazones están
también, cerrados a la novedad de Dios.
Lo invitados que
aceptan la invitación representan a todos aquellos que, a pesar de sus
limitaciones y de su pecado, tiene el corazón disponible para Dios y para los
desafíos que Él propone. Perciben los límites de su miseria y finitud, y están
permanentemente esperando que Dios les
ofrezca la salvación. Son humildes, pobres, sencillos, confían en Dios y
en la salvación que Él quiere ofrecer a cada hombre y están dispuestos a
acoger los retos de Dios.
La parábola del hombre que no se vistió con el traje apropiado, nos invita a considerar que la salvación no es una conquista, hecha
de una vez para siempre, sino más bien un sí a Dios siempre renovado, y que
implica un compromiso real, serio, exigente con los valores de Dios. Implica
una opción coherente, continua, diaria con la opción que se hizo en el bautismo. No es un
compromiso de “medias tintas”; sino que es un compromiso serio y coherente con
esa vida nueva que Jesús me propone.
Antonio
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