Vacaciones, un verano diferente

 

Después de unos meses de encierro y distanciamiento social nos preguntamos cómo nuestras familias vivirán este verano.

Da igual el lugar dónde nos  encontremos, este verano será bien distinto al de otros  años. Por eso, ante tanta incertidumbre, planear esta temporada supone un gran reto para casi todos.

Algunos tendrán unos días  de vacaciones, otros no, ¡y eso que se está agotado tras semanas ejerciendo varios  roles a la vez en las  que nos hemos  encargado de las tareas del hogar, del trabajo y del cuidado de los niños, entre otras tareas.

Estamos con el alma cansada. Han sido muchos  caminos. Muchos momentos guardados en el   alma. Buscamos  ahora la  calma y el descanso. Esperamos  descansar  de verdad para volver renovados y estar preparados para lo que venga, aunque nunca se está.

Las vacaciones son un tiempo para descansar y agradecer. Este año ha sido duro, y en su dureza puede costarnos encontrar motivos por los que  alegrarnos. Queremos entregarle a Dios, en primer lugar, las cosas difíciles, las cruces, estos momentos  de oscuridad que hemos pasado, tantos fallecidos, tantos enfermos, tantas pérdidas, los pequeños y grandes fracasos, las ausencias, las discusiones, los desencuentros. Sí, hay cruces con las  que hemos cargado estos días y otras sin darnos cuenta, y, a lo mejor  hemos cargado con muchas. Porque nos tocaba, porque otros no podían hacerlo. Porque si no lo hacíamos se quedaba sin hacer, porque  éramos necesarios. En fin muchas razones para cargar por los caminos. Pesa el alma. Sí, queremos descansar. El Señor nos dice: “Venid a mí los que estáis cansados  y agobiados, y Yo os  aliviaré”. Queremos agradecer a Dios porque nos sostiene en esos momentos, porque nos espera en lo alto  de la cuesta, al final  de la etapa. Nos ayuda  a caminar. Nos levanta cuando caemos y estamos frágiles. En Él revivimos y nos ponemos de nuevo en camino. Su presencia nos sana y alivia.

Este tiempo de verano debería ser un tiempo santo para la búsqueda constante  del Señor, para el reencuentro con nuestras raíces cristianas, para orar, reflexionar y compartir la fe y el testimonio, para participar en la mesa  de la Eucaristía y la  escucha de la Palabra, también, cómo no, para pasarlo bien. Y también no olvidemos a los que por  diversas circunstancias no tienen o no pueden disfrutar de vacaciones.

Por  eso, este verano más que nunca es importante ayudar a aquellos que pueden estar pasando por un mal momento: padres o madres que están solos, enfermos y personas mayores, o trabajadores que no saben qué hacer con sus niños. Tratemos  de mirar a nuestro alrededor, y si está en nuestras manos, intentemos  ayudar para que también esas personas puedan tener el mejor verano diferente posible.

Las vacaciones  no son un tiempo para no hacer nada. Es un tiempo que Dios  nos da para hacer cosas distintas a las del todo el año. Para cuidar otros aspectos de nuestra vida. Para leer, pasear, para visitar, para estar con las personas a las que  queremos, para cuidar momentos de diálogo y descanso con los otros. Las vacaciones son un tiempo privilegiado para crecer, para aprender cosas nuevas, para avanzar en el camino espiritual. La vida es distinta cuando aprendemos a vivirla con el Señor.

Que María, nuestra Madre, nos guíe a vivir sanamente este tiempo de vacaciones y nos  ayude al igual que Ella, a estar atentos a las necesidades de los demás.

Antonio

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