Lapidación de San Esteban

Durante estas semanas de Pascua, seguimos las Lecturas de los Hechos de los Apóstoles; recogemos aquí un episodio narrado en ellos:


Lapidación de S. Esteban

Monasterio de San Juan (Mustair. Suiza)

Hoy cuando visitamos una iglesia románica en la mayoría de las veces, no nos damos cuenta de los pocos restos de pintura que quedan en  ellas, pues además de sus bellas formas y equilibrios arquitectónicos; todo en ellas estaba destinado a servir para que los fieles vieran escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Hoy esa iconografía sigue estando visible en los capiteles que al ser de piedra han permanecido más inalterables al paso del tiempo.
Pero deberíamos pensar que los muros, espacios y ábsides estaban pintados con escenas destinadas a la formación de los fieles. Seguían más o menos un orden; en el muro de la puerta de entrada con escenas del Juicio Final, y las naves, en sus muros escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, dejando el ábside para la presencia de Cristo o de la Virgen.
En el caso que nos ocupa tenemos la Lapidación de S. Esteban ( Hechos capítulos VI y VII), acusado falsamente de blasfemias “contra Moisés y contra Dios”.
En un espacio enmarcado con motivos vegetales, tenemos una escena horizontal, donde vemos a personas con piedras en la mano, y colocadas una tras o otra a modo de movimiento, en la acción de lapidar al santo que encontramos nimbado, encontrado de rodillas y tranquilo: “Mientras lo apedreaban, Esteban oraba…después cayó de rodillas”. Hch 7, 59-60
El santo mira hacia el cielo, donde vemos en una ventana, rodeada de nubes, la mano de Dios, superpuesta a una cruz. La presencia de un árbol, nos indica que el suceso tuvo lugar fuera de la ciudad.
En el extremo opuesto de la composición, vemos a Saulo (Pablo), que tiene a sus pies la ropa que le dejaron : “los acusadores encargaron sus mantos a un joven llamado Saulo” Hch 7,58.
Los colores y la composición nos recuerdan también los dibujos y miniaturas de los códices románicos; así como presentarnos las caras de perfil (un ojo), y la desproporción de los cuerpos, figuras planas, sin volumen; pues para el artista románico lo importante es el mensaje para los fieles, por ello no se buscan proporciones o un refinamiento técnico.

Por último indicar que en los muros se preparaba una capa de estuco y yeso para evitar la humedad de las paredes y para que estuvieran lo más lisas posibles; pintando al temple para que los pigmentos fueran bien asimilados
Fuente: Magnificat 193

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