DOMINGO3º DE PASCUA CICLO A
La muerte de
Jesucristo fue un mazazo para la fe de
los discípulos como vemos en el Evangelio de este domingo.
Dos discípulos caminan hacia una pequeña aldea llamada Emaús, al atardecer del
día de la Resurrección. Van hundidos en
la desilusión y en la desesperanza. En un momento determinado les da
alcance un viajero y se pone a
conversar con ellos. Al verlos tan tristes y preocupados, les pregunta qué les
pasa. Ellos dan una respuesta que encierra
el pozo inmenso de amargura y decepción que hay en su corazón.
Es la historia que nos podrían contar muchos cristianos de hoy. Quizás nosotros mismos. Han perdido, ¿hemos
perdido?, la frescura de la fe y están
decepcionados de todos y de todo. Los
escándalos de la pederastia, el ambiente laicista que se respira, la propaganda reiterativa contra
la Iglesia, una legislación contraria a las propias creencias, el clima de indiferencia existente
y para colmo el coronavirus….les ha ido alejando no sólo de la Iglesia sino de Dios. La
situación existencial es muy semejante a
las de los dos caminantes de Emaús: está decepcionados del cristianismo o, al menos se
preguntan si vale la pena seguir siendo cristianos.
Jesús es ahora quien toma la palabra que va calando poco
a poco hasta llegar al hondo de su alma. Ellos sienten un “no sé qué” especial que les va
devolviendo la fe y la esperanza.
Este es el camino para recupera la fe y la alegría de ser cristianos: la lectura creyente
de la Palabra de Dios. Lo enseñará más tarde S. Pablo, cuando diga que
“la fe viene de la predicación, y la
predicación se fundamenta en la Palabra de Dios”. La Palabra de Dios es la fuente de la que brota el agua que
conserva, aumenta y recupera la fe.
La Palabra de Dios no sólo tiene un efecto curativo sino
también preventivo y afirmativo,
alimenta y robustece la fe. Por eso es tán importante leer cada día unos
minutos el Evangelio.
Volviendo a los
discípulos, llegan a su destino y le invitan al forastero que se quede con
ellos. Se sientan a la mesa y en ese
momento se da conocer, “al partir el pan”, pero desaparece La alegría no les cabe en el pecho y, a pesar del cansancio y la
distancia, vuelven a Jerusalén a decírselo
a los demás. Cuando nos encontramos o reencontramos de veras con Jesús no podemos sino comunicárselo a los demás, sean o no creyentes.
Pero hemos de seguir la pedagogía del Resucitado, que no se lo dijo todo de
golpe, ni de repente, poco a poco.
Antes de sembrar la tierra es preciso
prepararla adecuadamente. La simiente, además, no madura de la noche a la mañana sino después de un largo proceso. El sembrador espiritual necesita la paciencia del labrador
de nuestras tierras. Sabe esperar antes
de cosechar. Pero esto no puede ser
freno para nuestro celo apostólico sino un trampolín.
Pidamos al Señor que
se hace presente al partir el pan
de la Eucaristía, que sepamos dejarnos
guiar por Él y nos enseñe a guiar hacia
Él a los que encontremos en nuestro
camino.
Antonio
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