La situación mundial causada por el coronavirus ha puesto en
jaque buena parte del Planeta. La vida permite
renacer con esperanza después de tocar fondo, y vivir el presente con
madurez para construir el futuro.
La nube diaria de titulares negativos no deja ver muchos
signos y evidencias que destilan
esperanza por los cuatro costados:
miles de voluntarios afanados en aportar esperanza a los afectados por el
coronavirus. Millones de pruebas de
amistad, de compañerismo, de solidaridad….tanta gente que nos
rodea tratando de hace el
día a día del confinamiento humanizado y
alegre. El personal sanitario solo nos
acordamos de ellos cuando el
dolor, como ahora, aprieta, igual con el ejército, policía, personal de limpieza, tantas personas que nos
atienden en nuestras necesidades…… la esperanza también viaja con ellos.
Los que quien destruir son más ruidosos, pero son menos. Para un cristiano,
vivir la esperanza es mucho más que un estado
de optimismo: es interpretar el futuro posible y deseable con los ojos de una vivencia anticipada que da sentido al
momento presente mientras ponemos las bases para crear lo que todavía es una
meta.
La esperanza nunca
defrauda. La esperanza verdadera
construye, no espera; se vive más que se
anhela. Es una disposición interior, es
la que hace posible su gran objetivo:
dar un sentido al presente construyendo sobre la realidad actual. El Evangelio
nos dice, no estéis tristes porque el
plan de Dios insufla toneladas de esperanza para despertar el corazón hasta
convertirlo en signos y hechos de esperanza
para otros.
Las tecnologías de comunicación de este tiempo de reclusión no deben absorber y robar todo el
tiempo. Dediquemos espacios para repasar nuestra vida, para pensar con esperanza
hacia dónde y cómo queremos orientar el resto
de nuestras vidas en este mundo, a la espera del encuentro definitivo
con Dios. Ahora tenemos tiempo para todo, incluso para nuestra oración y para
acordarnos del sufrimiento en torno a
este dichoso virus, con graves y angustiosas consecuencias, con tantos enfermos y fallecidos y, también como no, con
gravísimas consecuencias económicas para muchas personas.
A pesar de la limitación, el mal y la muerte, algo hay en
nuestro interior que nos impulsa a
esperar contra toda esperanza frente
a las ganas de abandonarnos y dejar la lucha. Es un consuelo saber que cualquier cambio gigantesco, empieza siempre por algo inapreciable al ojo humano.
Lo importante de verdad es recordar que Dios acude
a nuestra llamada, cumple sus
promesas y nos renueva la fe. Siempre. ¡Él es nuestra esperanza!
Antonio Cabrera
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