Por iniciativa de San Juan Pablo II se celebra en el 2º Domingo
de Pascua al Señor de la Divina Misericordia. Esta fiesta tiene como fin
principal hacer llegar al corazón de cada persona el mensaje de que Dios es misericordioso y nos ama a
todos sin distinción, aunque estemos
heridos por el pecado que busca apartarnos de su amor.
Las lecturas de este
domingo se centran en la fe y los bienes que la ponen en práctica, los cuales
proviene del Dios misericordioso en quien creemos. La primera lectura nos
ofrece un “sumario” de la vida de las primeras comunidades cristianas. En él se
recuerdan los valores de la oración, la comunicación de bienes y el amor que
une a todos los hermanos. Por su parte la primera carta de Pedro subraya los
valores cristianos de la fe, la alegría y
el amor.
El evangelio de este
domingo nos desgrana todos estos valores significándolos como frutos directos de la Pascua y que el Resucitado
ofrece a sus discípulos:
La valentía, que
cambia el corazón de los discípulos y vence al clima de temor y tensión que se
respiraba en el Cenáculo.
La paz con la que
Jesús serena su espíritu a través del saludo que ofrece a los suyos:
”Paz a vosotros”
La alegría que sienten
todos al reconocer a Jesús vivo y
presente en medio de ellos.
La misión que el Señor propone a los apóstoles, los cuales
son definitivamente constituidos en misioneros
de su evangelio.
El Espíritu Santo, con el que Cristo Resucitado cumple su promesa de comunicárselo exhalando su
aliento sobre ellos para que tengan la fortaleza y eficacia que necesitan.
La misericordia, fruto
inmediato de su victoria sobre la muerte y el mal, con la que Jesús enseña a los suyos a vencer rencores y les da potestad
para comunicarla en nombre de Dios.
La fe que vence la duda de Tomás y de todos los demás, la
cual es fortalecida en su corazón cuando comprueba que está vivo y estará con ellos para
siempre.
También en este domingo se nos propone un retrato ideal de
la primera comunidad cristiana:
Una comunidad, que
“perseveraba en la enseñanza de los apóstoles en la comunión”,
donde vivían todos unidos en comunión de
bienes materiales y espirituales.
Una comunión fraterna, donde
los hermanos tenían todo en común y lo compartían sobre todo con los más
pobres.
Una comunidad misionera, que se siente enviada y capacitada
por el Resucitado para dar testimonio de la resurrección del Señor.
Una comunidad orante, con un profundo talante eucarístico,
donde los discípulos perseveraban en la fracción del pan y las oraciones.
Una comunidad creyente, llena
de fe, renacida en el Bautismo,
que se siente vencedora con Cristo ante el mal y la muerte.
Llenos de fe
proclamemos con gozo a Cristo Resucitado. Con toda la Iglesia, cantemos
diciendo: “Eterna es su misericordia”, y con la fuerza del Espíritu Santo
recibido demos testimonio de la salvación en el mundo.
Antonio
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