ANTE EL CORONAVIRUS
La angustia provocada por
el Coronavirus ha llevado a
muchas personas a plantearse el problema
de la fragilidad humana y el sentido de
la misma, a saber redescubrir el
sentido de nuestros límites humanos.
Estamos padeciendo la
epidemia del Coronavirus pero no cedamos ante la epidemia del miedo.
Nos sentimos semidioses, pero basta un bacilo, un virus,
para llevarnos a la realidad y
reflexionar sobre el sentido de la vida, hasta dónde llegan nuestros límites.
Límites que necesitan el auxilio de Dios, pero también la ayuda de los demás, generando imprevistamente una santa
solidaridad hacia el prójimo. Nuestra fragilidad, en un momento de angustia, genera la necesidad de disponibilidad de atención solidaria que se
convierte en “terapéutica” en doble
sentido, para el prójimo y para nosotros. Sobre todo en un momento en
que las urgencias de los hospitales están saturadas, los médicos y enfermeras/os,
en cuarentena, y todo el tiempo los
teléfonos ocupados para ayudar a los pacientes; en este momento descubrimos
cómo teníamos olvidado lo que es caridad y solidaridad, en el dar y en el
recibir.
¿Podría ser esta
epidemia una ocasión que nos ayude a
crecer moralmente y a madurar como personas y como sociedad?
Afrontemos el peligro, que
en efecto estamos corriendo, pero
no como una amenaza grave, sino como un reto comprometido que
tenemos la capacidad de renacer todos juntos, y que
cuando lo superemos, nos
habrá dado la posibilidad de crecer
a nivel personal y comunitario recuperando valores esenciales hoy
olvidados o descuidados. Reaccionemos
contra la tentación del catastrofismo y el derrotismo.
Cultivemos la esperanza y la confianza..
Ser obligados a probar el sufrimiento y el dolor, que en sí
no son ciertamente bienes, ni para nosotros ni para el prójimo, nos
permite transformar en valores, en
ocasión de crecimiento espiritual.
Benedicto XVI nos
dice: “La medida humana se
determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y el que sufre” y esto vale tanto para el individuo como para la sociedad.
No olvidemos a los
amigos de la calle que están en situación de vulnerabilidad.
La situación que
estamos viviendo, es una ocasión
propicia para no olvidar la oración, las
obras de caridad y misericordia, y
promover la comunión fraterna, que son
la mejor manera de un testimonio creíble ante un mundo enfermo, pero
sediento de verdad y del amor.
Unidos siempre a María
Madre del Consuelo, de la Esperanza y del mundo sufriente.
Antonio
Comentarios