PENTECOSTÉS.
Al celebrar la solemnidad de Pentecostés, con lo que
concluyen las fiesta pascuales, recordamos la venida del Espíritu Santo sobre
los apóstoles, y con ella el nacimiento
de la Iglesia, puesto que ese día los apóstoles, revestidos de una fuerza
y de una audacia desconocida, que venían
de lo Alto, comenzaron a predicar la resurrección de Cristo y su evangelio,
instaurando por toda la tierra comunidades
de creyentes.
La Iglesia nació el día en que los seguidores de Jesús paralizados por el miedo, fueron
embestidos por una ráfaga de viento recio que los sacó de su clausura y los
lanzó al exterior, a predicar sin miedo
el mensaje Jesús.
También nosotros tenemos necesidad de ese empuje, de ese
impulso de viento irrefrenable que sólo
el Espíritu Santo puede dar. No podemos estar quietos en la Iglesia,
limitándonos a musitar nuestra oraciones, cundo el Espíritu quiere ponernos en
camino y hacernos testigos de Jesús,
dejando atrás todo miedo, vergüenza e indecisión.
La Iglesia nace no sólo del viento, sino también del fuego.
El fuego del amor de Dios, que da su
Espíritu, ese fuego que penetró el corazón de los apóstoles, los abrasa y los
purifica, quema todos sus pecados, sus raíces
de vanidad, orgullo de egoísmo.
También nosotros necesitamos ese fuego de amor en nuestros corazones, que nos
enamore locamente de Jesucristo y nos
empuje a transmitirlo espontáneamente a
cualquiera que entre en contacto con nosotros, sin complejos ni temores.
La Iglesia nace para comunicar una palabra, un mensaje. Esa
palabra es Cristo, ese mensaje el
amor de Dios, manifestado en Cristo. ¿Lo
transmitimos o estamos mudos?
Hoy tenemos que invocar al Espíritu Santo que venga sobre
nosotros como viento fuerte que nos arrastre y nos saque de nuestras comodidades, de nuestros miedos y
nos ponga en medio del mundo a predicar
el evangelio. Que venga como fuego purificador, que queme nuestros
pecados y encienda en nosotros la llama del amor de Dios. Hemos de pedir que venga como lenguaje universal de
amor, que se exprese en todas nuestras palabras y obras, que nos una y
contribuya a hacer de nuestro mundo una gran familia, la de los hijos de Dios.
Antonio
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