Cuaresma de la mano de María.






Inicié la Cuaresma  de la mano de María. No sufrió Ella sólo cuarenta días. Fueron muchos más. El dolor más hondo de María. El abrazo  de Jesús muerto en su regazo.
El fracaso humano de su Hijo. Sin miedo cuando todo parecía desmoronarse. ¡Cuánto dolor en el pecho de María! ¿Cuánta soledad y angustia!. Y el mundo tan humano, tan verdadero. ¿Cómo no temer cuando todo se ha perdido?. Ella conservaba la fe y la esperanza. No dudaba de su Hijo al que amaba tan íntimamente. María vivió su vía crucis, su Calvario. María estaba firme al pie  de la cruz.
Guardaba silencio ante tanta violencia. Sin gestos. Sin palabras. La madre de Dios ama  a un Dios que no hace ruido, que consume la violencia humana en el fuego de  su amor misericordioso. Yo también quiero amar a ese Dios del silencio. Me gusta su calma. Su misericordia infinita. María vive como el Dios al que ama, como el Hijo al que adora. Abraza también en silencio. No hay gritos  en sus labios, ni gestos ni furia, no hay deseo  de venganza, ni rencor. Sólo perdón y misericordia. Es el mismo Dios al que ama. Como yo que amo a ese mismo Dios. Pero me siento pequeño en mi camino hacia el Calvario. A menudo siento rabia y deseos  de venganza. No soporto las injusticias, ni los gritos, ni la maldad. Me detengo a mirar a María, Ella es madre, es educadora, es reina cuando le  entrego mi impotencia. Me  enseña a amar como Ella  ama. Me enseña su ternura, su delicadeza, su respeto. Me enseña  a guardar silencio y a  acoger callando. Me enseña  a admirar amando y  a amar sirviendo. En estos días de Cuaresma  quiero mirarla  a Ella. María  ama como Madre, con un corazón grande, con ternura, con una sonrisa. Me  gusta mirar  a María para sentir  su fuerza.
Miro a María para que me enseñe  a dar la vida como Ella. Y me enseñe a agradecer, a ser generoso. Me dejo llevar por Ella para cambiar  el mundo: “María  actuará, pero no sin nosotros. Quiero colaborar. Necesito decirle que sí con mi Fiat y agradecerle  su abrazo constante con mi magníficat. María me salva en medio de mis dudas y los medos,  me utiliza como su instrumento. Sin su poder nada puedo hacer. En su silencio me sumerjo para guardar silencio. Pero no me desentiendo  de la vida. Puedo dar más, ser más  generoso. Cargando con mi cruz me convierto en instrumento de paz, de sanación para los que  cargan a  mi lado. Miro su confianza  ciega en Jesús, la miro a Ella porque deseo tener una mirada pura, un amor profundo y cálido. Es lo que  quiero. En sus manos puedo.


Antonio

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