Adviento. Alguién que llega



En cada  adviento revivimos, con la fe, y volvemos a hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más  de dos mil años. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.
Quien llega: es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor  del mundo, el Señor  de la vida y de la historia, mi Amigo. El Agua viva que sacia mi sed  de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que  me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz  verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida  auténtica que vivifica.
Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más  de dos mil años en Belén. Llegó escondido en eses trozo de pan, en esas gota  de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino  el Cuerpo y la Sangre bendita  de Cristo, resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, en ese pobre necesitado antipático a quien podemos descubrir con  fe limpia y el amor comprensivo. Y  llega  silencioso en ese accidente de la carretera, en esa enfermedad que no entendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.
Por qué  llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a  nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.
Para qué  llega: para dar un sentido de  trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega  para hablarnos  del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras  ansias  de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones el mundo.
Dónde  llega: llega  a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan, a nuestras familias tal vez  divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza  del pobre, quiere  llegar junto al lecho de un enfermo en el  hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde Él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo  de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo  de los jóvenes para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo  de los adultos para decirles que es posible la  alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto  de cada día. Quiere llegar  a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo  de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia   de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene  de  Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ello.
Adviento, tiempo de gracia y bendiciones. Llega  alguien, sí. Llega  Dios.  Y Dios  es todo. Dios  no nos quita nada. Dios da todo lo que hace  hermosa  a una vida.
 Podemos decir que  siempre es adviento. Es más,  nuestra vida debe ser vivida en actitud  de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.
María nos hará vivir, rememorar en la fe  ese  primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.


Antonio

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