Disfrutar de la vida



  A veces me empeño en ser feliz  todos los días y a todas horas. No me funciona. Tal vez porque sólo deseo tocar lo que no tengo. Y caminar por donde no he elegido caminar. Tal vez tenga que cambiar mi forma de ver las cosas para ser más feliz, más alegre, más puro.
La verdad es que no es tan sencillo  a veces detenerse a mirar las alegrías que Dios  regala  en lo cotidiano sin destacar las dificultades.
Me suelo quedar en lo que no supero. En lo que no logro.  En lo que no alcanzo. Y paso por alto tantos  detalles  de la vida que se  me escapan. Una mirada. Una sonrisa. Una palabra acertada. Un abrazo. Una imagen que lo llena todo. Una luz. Una sorpresa. Una canción. Un silencio. Una poesía.
Quiero reírme más. Sonreír más. Un día una persona me dijo: “Gracias por haberme sonreído”. Es fácil sonreír. Pero tengo que hacerlo más. Quiero buscar entre las horas de mi vida alegrías pequeñas, de esas que pasan desapercibidas tantas veces.
Busco la felicidad en las grandes cosas que nunca logro. Y desprecio las pequeñas conquistas de  mi vida, esas que no son tan grandilocuentes.
No creo hacerlo bien cuando lleno  mi vida de exigencias, de pretensiones, y me canso. Me aferro a mis seguridades. Me enciendo con nuevos sueños y proyectos. Como queriendo hacer rentable cada una de mis horas. Para rendir cuentas a ese Dios al que sigo.
No quiero perderme nada. Quiero llegar a todas mis metas, a todas mis citas, a todos mis proyectos, dibujando todos mis horizontes en el ancho blanco de mi vida.
Quiero no sé bien cómo, hacer sagrado lo cotidiano, reírme de las cosas pequeñas, disfrutar de mi vida. Y vivir a fondo, con toda mi alma. Sin miedo. Sin pretensiones. Y cansarme, al final del día, por haber dado la vida hasta el extremo. Y descifrar los caminos de Dios ocultos entre las sonrisas y lágrimas  de mi camino. En palabra y en gestos.
Amar me enseña  a descubrir a Dios en todo lo que hago.
La felicidad es una actitud ante la vida. Está en mis manos decidir si quiero ser feliz o no con las circunstancias que me tocan vivir, de mí depende, de nadie más.
Me gusta la palabra serenidad. Tiene mucho de paz y de descanso. Quiero ser un hogar sereno, un pozo sereno, un mar sereno. Para todos, el que se acerque y necesite algo de consuelo. En su herida, en su dolor, en la angustia de la vida.
Quiero toda la serenidad del mundo sumergida en lo hondo de mi alma. Quiero descansar para recuperar la serenidad perdida. Y que Jesús me limpie mi seguimiento, mis pies sucios y cansados al final del día. Mi fragilidad herida después de tantas heridas.

Antonio

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