No vivas recordando las cruces del pasado. Algunos se pasan
la vida recordando lo triste que ha sido su vida. Esas cruces ya las has
vivido. Vive ahora las del presente. Así no tendrás que revivirlas mañana.
Porque las cruces que se aceptan con generosidad se viven y se olvidan. No
vuelven a doler más.
Tampoco vivas imaginando las cruces del mañana. ¿Sabes cuáles
van a ser? Además, Dios no te ha garantizado fuerzas para llevar las cruces de
hoy y las de mañana juntas. Dios da las
fuerzas necesarias para las cruces de cada día. Para las de mañana, tendrás que esperar a mañana. Vivir
hoy las cruces de mañana es llevar exceso de peso. Y eso hay que pagarlo.
Vive las cruces reales. No las imaginarias. Muchos tienen más
cruces en su cabeza que sobre sus hombros. Pero como no saben ver la luz,
siempre están imaginando cosas. De las cruces de hoy podrás culpar a alguien.
De las cruces imaginarias, tú eres el único culpable. ¿No crees que ya son
suficientes las cruces de verdad, sin necesidad de inventarte otras?
Las cruces son para ser llevadas a hombros. Pero mejor si las
llevas en el corazón. Te lo aseguro. Las cruces cuando se llevan con el corazón
pesan mucho menos. El corazón tiene más resistencia que tus hombros, por muy
forzudos que los tengas.
Algo importante. No soluciones el problema de tus cruces
tirándolas encima de los hombros de los demás. Las cruces se llevan o te
llevan. Pero las cruces sólo valen para ti. No están hechas a la medida de
ellos. Si estás de mal humor, ¿por qué lo tienen que pagar los demás? Si estás
furioso porque las cosas te salieron mal, ¿qué culpa tienen los tuyos?
Aguántate.
Ah, un consejo. Las cruces no se miden ni se pesan. ¿Cómo
sabes tú que tus cruces pesan más que las del vecino? ¿Cómo sabes tú que las
cruces de tu vecino son más llevaderas
que las tuyas? ¿ Por qué él camina feliz bajo su peso? Eso no es problema de la
madera de la cruz que es más liviana. Es que posiblemente él le ha puesto más
ilusión, más esperanza, más corazón.
Y otra cosa. No culpes a Dios de que te envió esta o aquella
cruz, y luego te pones a rezarle para que te la quite. En decirle que se
equivocó contigo y que se corrija. Hay muchos que primero hacen a Dios culpable
de sus cruces. Y luego cuando le
rezan lo hacen dudando: ¿me hará caso?.
Bueno, si Dios me manda las cruces y luego me las quita pareciera estar
jugando. Y Dios es muy serio.
Antonio
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