Un nuevo Verano


Verano, tiempo de descanso, tiempo  de arreglos, tiempo de viajes, o tiempo de trabajo. Una misma palabra nos pone ante mil sueños, planes, esperanzas más o menos realizables. Hay quien vive el verano como un momento para romper con la monotonía de lo ordinario. Busca ansiosamente lo nuevo, lo atractivo, aquello que tanto se quiere hacer desde hace tiempo. Recorrer lugares nunca vistos, observar paisajes extraordinarios, saludar a personas  que viven de un modo distinto etc. etc….
Otro vivirá un verano en su casa, sólo o con los suyos. El trabajo  de siempre, o el tener que revisar algunos cambios de cables, pintura y tabiques, le obligan a pasar en el hogar esos  meses que muchos  sueñan como tiempo de descanso.
Hay muchos que ven en el verano como el tiempo del año, el único tiempo, para lograr ese esperado puesto de trabajo. Será en un restaurante, o en una playa, o tal vez como sustituto en un museo u oficina. Para quien vive el drama del paro el verano puede llegar  a ser una bocanada de oxígeno, un momento para ganar algo de dinero que servirá para la familia durante el resto del año.
El tiempo de verano, con los niños y los nietos en casa y con las familias que nos visitan, es tiempo de comunicación, de escucha y de atención a lo interior. Pero el tiempo de verano para las personas mayores puede ser un tiempo de mayor soledad. Para muchos este tiempo de verano no es un tiempo de descanso, sino que sigue siendo ”un tiempo de ir tirando”.
Para todos, el verano (como el otoño, el invierno o la primavera), debe ser un tiempo de reflexión, de entrega, de amor, de gracia. Si se nos concede un tiempo de vacaciones, podemos dedicar algunos momentos para pensar en lo que hacemos, en la  ayuda que espera tal vez sin decirlo, quien vive a nuestro lado.
Puede ser incluso un tiempo especial para hablar con Dios que respeta la vida de los hombres sin dejar por eso de mirar con interés cada uno de nuestros pasos. Un Dios que nos lo dijo todo en Jesucristo, a quien podemos oír en el Evangelio, que nos convoca en su Iglesia. Un Dios que nos  espera en esas capillas, a veces solitarias, en las que Cristo habla al huésped que   se detiene, unos minutos, para mirarle y para dejarse penetrar por  su mirada de Amigo y Salvador.
El verano ya  se puso en marcha. No todos  podemos decir lo que haremos estos días. Pero a todos se nos pide abrir los ojos para descubrir que tal vez, este verano, no es un momento para pensar en nuestro reposo, sino para ayudar a alguien, un familiar, un amigo, un desconocido, que espera recibir algo  de cariño de un corazón humano. Tal vez de ese corazón mío que tantas veces piensa en sí mismo y se olvida de que sólo importa una cosa: amar y darse como el Señor nos amó, hasta el fin sin medida. También en verano.
Antonio

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