María Mujer Eucarística


En la Eucaristía ”está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone  a prueba la capacidad de nuestra mente de ir más  allá de las apariencias”. Nadie como María puede educarnos para reconocer, más  allá  de las apariencias sensibles, a Cristo vivo. ¿Y cómo ha vivido María su fe  eucarística?
En cierto sentido, María ha practicado su fe  eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza  sacramental en todo creyente que recibe, en las especies del pan  y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.
Ese Cuerpo y es Sangre divinos, que  después  de la consagración están presentes en el altar, conservan su matriz originaria  de María. En la raíz de la Eucaristía está, pues, la vida  virginal y maternal de María. María, está presente en la Iglesia y como Madre  de la Iglesia en todas nuestras celebraciones eucarísticas.
El Pan eucarístico que recibimos es el verdadero Cuerpo  nacido de María Virgen. Jesús es “carne y sangre de María”. Podemos descubrir de esta forma  una semejanza profunda entre el Hágase de María y el Amén que cada fiel pronuncia antes  de recibir el Cuerpo de Cristo. A María, le pidió el ángel creer que Aquel que nacería de su seno era el Hijo d Dios y a nosotros se nos pide de manera análoga creer que es el mismo Señor Jesús quien está presente  de forma verdadera, real y substancial bajo la apariencia del pan.
En la Visitación de María  a su prima Isabel podemos descubrir  a la Madre como “el primer tabernáculo” de la historia donde el Señor Jesús, todavía oculto  a los ojos y oídos de los hombres, “se  ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través  de los ojos y la voz  e su María”. María es verdaderamente la” Custodia viva  del Señor”.
También podemos releer el Magníficat en perspectiva eucarística. Tanto la Eucaristía como el cántico  de María son una acción de gracias a Dios que se complace en la humildad y obediencia de su Siervo, Jesús, y de su Sierva, María. María alaba al Padre por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo, dándole todo honor y toda gloria, por los siglos  de los siglos. Así pues “la Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magníficat”.
La actitud de la Madre ante el Nacimiento de su Hijo es también modélica: su mirada extasiada contemplando el rostro del Niño Jesús, tomándolo en sus brazos con todo el cariño de  su amor maternal ¿no será  acaso el modelo en el que ha de inspirarse  cada fiel al recibir la comunión eucarística o al adorarlo presente en el sagrario? Cuando unimos nuestra mente nuestro corazón al sacerdote  repite el gesto y las palabras de Cristo en la última Cena, en cumplimiento de su mandato ”Haced esto en conmemoración mía”, respondemos a la vez  a  la invitación de María en las bodas  de Caná para obedecer fielmente:”Haced lo que Él os diga”

María hizo suya la dimensión sacrificial  e la Eucaristía con toda su vida, especialmente al pie de la Cruz. “Preparándose día  a día para el Calvario, María  vive una especie  de “eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después en el periodo postpascual, en su participación en la celebración en el Cenáculo  junto  a los Apóstoles invocando al Espíritu Santo.

Antonio

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