Villancico y Pasión (y IV)


Treinta y tres años más tarde ardía Palestina en rebeliones de doctrina contra la Roma pagana y de independencia contra la Roma imperial. Los mártires de una y otra eran llevados al suplicio infame del madero acusados de falsos profetas o de ladrones.
A la cárdena luz de la tarde el dulce Jesús de Galilea agonizaba en su cruz. A su diestra, un fuerte montañes de barba aborrascada se retorcía entre los cordeles de la suya con un lamento más semejante a una queja que a una protesta.

-- ¿ Por qué me acusan de vivir fuera de la ley si nunca me han dejado vivir dentro ? De niño solo conocí el borde de los caminos, ni el lagar de las uvas ni el umbral de los molinos me permitían pisar, ni pedir pan si no era con la boca contra el viento. Nací, como los míos , marcado por el mal y la miseria. De mi padre solo heredé un cuchillo y el instinto animal de las montañas. ¿ De qué pueden acusarme ahora los que me acosaron siempre como un perro sarnoso ? Solamente una dulce mujer me cantó una noche de nieve sobre sus rodillas y a ella le debo la vida tanto como a mi propia madre. Si hice algún mal inútil, yo te pido perdón por su recuerdo...

El Rabí le miro profundamente, y vio que en el hombro derecho tenía una marca de plata pequeña  y blanca como una flor de lis.

Entonces le sonrió piadosamente con las palabras del perdón:

- en verdad te digo que esta misma noche entrarás conmigo en Casa de mi Padre.

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