¡Cuántas
veces en la Iglesia nos sentimos mejores que los que no creen! Nos cuesta
pensar que otros han pecado, o que viven
en pecado, puedan tener el mismo lugar que yo que cumplo tanto.
Me da
miedo esa lejanía del corazón. Esa falta de misericordia, esa mirada tan
crítica. Ojalá mi corazón siempre pueda
romperse para volver a Dios. Siempre pueda alegrarse de lo bueno de mis hermanos. Ojalá nunca se sienta especial, ni mejor que
nadie. Sin pecado, justificado.
Ojalá no juzgue a otros y no los condene. A veces miro desde
mi atalaya. Ojalá pueda siempre creer en el amor de Dios cada vez que vuelvo a
casa. Cuando me arrodillo ante Él y le cuento todo. Ojalá nunca deje de creer
en su abrazo. En su ternura.
Ojalá yo
pueda dar algo de ese amor gratuito, el mismo abrazo. Y vivir esa alegría del
encuentro. Esa fiesta en la que todos tenemos un lugar. El mejor lugar. Me da
paz pensar que siempre hay un lugar para mí en la casa del Padre. Que
pertenezco a un lugar.
Quiero
aprender a respetar a los otros, a aguardar, a perdonar, a mirar desde lejos, a
creer en los demás como Dios cree en mí.
Quiero
repetir su abrazo a la puerta de mi
vida. Esperando, aguardando el regreso del que se ha alejado. Con nostalgia, con anhelo.
Quiero celebrar
siempre la alegría del perdón. Alegrarme del que vuelve a casa. No juzgar, siempre perdonar.
Quiero
tener una mirada humilde sobre los demás. Quiero tener un corazón lleno de
misericordia que no condene, que no se
sienta mejor que nadie.
Antonio
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