Hace unos pocos días vi una película, Si Dios quiere.
Habla de una amistad. De un encuentro entre un médico ateo
y un cura. El médico ateo no era feliz y vivía amargado en su propio éxito.
Cuando su hijo pretende entrar al seminario se vuelve loco de
angustia y quiere lograr a toda costa que su hijo no sea cura. Porque piensa
que su hijo no será feliz. Y él mismo tampoco si su hijo llega a ser cura.
Busca desacreditar al sacerdote. Y en ese instante acaba entablando una relación
con él y surge una amistad.
Allí donde menos lo esperaba se encuentra con alguien que le
cambia la vida. Y le da un sentido. Esa amistad no deseada cambia su rigidez,
le hace flexible y le abre a Dios. ¿Y si Dios quiere? Comienza a darle importancia a cosas diferentes.
Comienza a cuidar sus relaciones familiares.
Y todo cambia. El amor cambia su vida por dentro. Y abre las
puertas del alma. El amor es más fuerte que el odio. Eso lo tengo claro. Más
fuerte que la indiferencia y el desprecio. Más fuerte que la rigidez y la
intolerancia. El amor capacita para la vida, para la felicidad. El amor ayuda a
confiar.
Nada sucede por
casualidad en la vida. Dios está detrás de todo. Creo en la capacidad que tiene
mi alma de mirar con alegría la vida, de descubrir la sonrisa de Dios. Creo en
ese amor de Dios que me acompaña en
todas mis circunstancias. Aunque me cueste creerlo. Si Dios quiere pudo llegar más lejos y dejar
de ver oscuridad donde Él siembra luz.
Preguntaba el Papa Francisco a los jóvenes en Polonia: “¿Las cosas se pueden cambiar? Me
genera dolor encontrar jóvenes que parecen haberse jubilado antes de tiempo”
Quiero amar lo verdadero de esta vida que tengo. Sin esperar
otra diferente. Sin fingir. Quiero ser yo mismo. El rostro verdadero que no oculto.
Mis palabras más bellas, las más auténticas. Sabiendo que mi misión es sólo una
parte de un camino que tiene visos de ser
eterno.
Antonio
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