El egoísmo y la comodidad nos limitan, nos atan y nos hacen inútiles para misión. Nos impiden
dejar todo lo que nos ata y salir. Necesitamos
una Iglesia en salida. Una Iglesia que no se acomode esperando a que
vengan a ella sino que salga a anunciar el Evangelio. La misión es salir.
El Espíritu Santo nos invita a ponernos en camino. A dejar mi
amor egoísta y transformarlo en un amor que se entrega sin límites, como el de
Jesús. Vivir así es vivir la misión.
Y la misión más importante que tenemos es aprender a amar
bien.
El cómo hemos vivido, más
que lo que hemos vivido. Podemos vivir idénticas circunstancias de vida,
pero lo que marca la diferencia es cómo las vivimos. Amando de verdad, con toda
el alma o encerrándonos en nuestro egoísmo. Por el amor nos conocerán. Ni
siquiera por nuestras grandes obras, ni por nuestras palabras que el viento se
lleva. Lo que quedará al final de nuestra vida es el amor.
Parece sencillo y no lo es en el fondo. Amar de verdad, con
todo nuestro ser, renunciando, es un camino para toda la vida. ¿A qué somos
capaces de renunciar por amor? La renuncia por amor siempre es fecunda.
Nos gusta formular y establecer, sacar teorías, establecer
límites. Queremos tenerlo todo controlado, atado y bien atado. Aunque luego la
estructura puede matar la vida. O puede evitar que crezca.
Los cauces ponen límites y nos permiten saber a qué atenernos en cada caso. Nos permiten
juzgar la realidad y adaptarla al plan trazado. Pero luego no todo es tan
fácil.
Pasa como en las familias. La vida en familia suele tener
mucha vida y pocas normas. Y si tiene muchas normas, demasiadas, pierde el
aroma del hogar. En el que la magnanimidad, el alma grande y su generosidad,
son la norma fundamental.
Normas sí, pero mínimas, sólo las necesarias. Pero hay que
tener algunas fundamentales que nos centren. Aquellas que nos hacen falta para
que no se muera la vida, para que no se pierda, para que no se desparrame.
A veces las personas ven en la religión como un conjunto de
normas, no como una vida, como un encuentro personal con Dios. ¡Qué difícil ver
así la vida! Por eso no podemos tener demasías normas y límites, porque existe
el riesgo de que la vida muera al sentirse ahogado por tantas estructuras.
Dios es el que despierta la vida y la mantiene despierta. Nos
hace falta más oración y menos palabras. Más libertad y respeto. Menos miedo y
deseo de controlarlo todo. Más alegría y menos seriedad. Más silencio y menos
palabras. Más apertura a lo nuevo, a los otros y menos obsesión por defender lo
propio.
Hay que conocer lo que los otros necesitan. Antes de
proponerles lo que tenemos. Más humildad para aceptar las contrariedades, los
fracasos. Menos orgullo, para saber ceder cuando sea necesario.
Antonio
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