No sé muy bien cuántos días tengo por delante. Gracias a Dios
no lo llevo escrito en mi ADN. No sé si llegaré a muy viejo, espero que no muy
“chinche”. O si moriré súbitamente o después
de una enfermedad. No lo sé.
Tampoco me quita el sueño. No me angustia no saberlo y vivir
en una ignorancia inocente. Me mantiene esa tensión del que sueña y ama, del
que hace y guarda. Del que se entrega y espera. Cada día un paso. Sin pensar
tanto en lo que me aguarda o en lo que me queda por hacer.
Lo que si me conmueve mucho es la muerte de alguien joven. Es
como si Dios se llevara antes de tiempo
a aquel a quien amamos. O tal vez para Dios estaba ya listo y no fue antes
de tiempo. Como en ese jardín que Él cuida en el que los distintos
frutos maduran a distintos tiempos. O
tal vez hay misiones más largas y otras que continúan en el cielo nada más
haber comenzado en la tierra.
No lo sé. Me cuesta imaginarme el cielo. Pero creo tanto en
la misericordia de Dios que me alegra
pensar en una eternidad de su mano. Pese a todo me cuesta ese “de repente” que
tiene la muerte a veces. Arrebata la vida de la persona amada casi sin dar
tiempo a pensar, ni siquiera a decir adiós.
En cierta ocasión, una persona me decía sobre la muerte de su padre:”No se vive un
duelo cuando muere tu padre, lo que se hace es tenerlo muy vivo y guardarlo muy
dentro en el corazón. Hacerle un hueco grande. No dejar que ninguno de los
recuerdos se borre nunca. No hay un duelo
desde ese día sino un hacerse un sitio tranquilo dentro de ti del que no se irá
nunca. Algo hermoso, no doloroso”.
Un joven, veinticuatro años, hijo de unos amigos míos,
falleció hace pocos días, Supe que le dijo a Dios en una ocasión: “Veo cómo tu
amor ha arrasado una y otra vez mi
corazón a lo largo de mi vida. Mi felicidad no está en ningún lugar, ni en
ninguna persona, mi felicidad está en ti”.
Me emocionaron esas palabras en medio del dolor. Jesús arrasó
su corazón y cambió su vida para siempre. Empezó a mirarlo todos desde Dios.
Quiero pedirle a Jesús que arrase también mi corazón. . Que lo haga con fuerza,
con su fuego, con su misericordia. Es un amor
hondo. Un amor que no deja nada igual en mi vida.
Muchas veces le digo a Dios que lo quiero con toda mi alma.
Incluso le entrego todo. Pero luego, cuando cambia mis planes, cuando no me da
lo que le pido, me rebelo. No quiero perder lo que tengo, no quiero que me quite nada de lo que amo.
Su amor es inmenso. Pero me duele el alma pensar en las
pérdidas. Y le pido milagros. Y le pido que no ocurra lo que temo. Y quiero que
las cosas no sean malas en mi vida. Le vuelvo a decir que arrase mi corazón.
Con voz baja, un leve susurro.
Me asusta que se tome en serio mi entrega. Y lo tome todo de
golpe. Me tome por entero. Pero sé que es la única forma de vivir de verdad. Siendo vivido por Él, por su amor.
Dejándole mis miedos en su pecho herido. Abriendo las manos sin querer
retenerlo todo. Dándole las gracia cada mañana. Sin pedir tanto. Alabando.
Antonio
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