El hambre pasa. El pan
se come y pasa. Pero el amor permanece. Jesús nos recuerda que lo importante en
esta vida es dar amor. Es lo único que nos llevamos al cielo cuando morimos. Lo
único que se queda pegado en el alma. El amor dado. El amor recibido. Y por eso
es tan importante decirles a las personas a las que amamos cuánto las amamos.
A veces, en el día a día, nos fijamos en muchas cosas. Vamos
corriendo solucionando urgencias. Cumplimos con los plazos. Alcanzamos a
realizar lo que nos proponemos. Pero nos
podemos olvidar de lo gratuito.
El amor que no se entrega se pierde. Y el amor que se da se
guarda para siempre. Muchas veces no nos decimos cuánto nos queremos. ¿A qué
esperamos? ¿Lo haremos el día del funeral?
Siempre me impresionó una obra de Miguel Delibes: “Cinco
horas con Mario “. En ese monólogo delante del cadáver de su marido le
recrimina:”Si las palabras no se las
dices a alguien no son nada, botarate, como ruidos, a ver, o como
garabatos. Porque una palabra que no se dice a nadie es como salir a la calle
dando voces al tuntún”.
Si no decimos a las personas a las que amamos lo que
sentimos, lo que pensamos, ¿para quién queda? Se pierde en el aire. El amor se
refleja en los detalles pequeños. Y en esos detalles nos dice cuánto nos quiere. Pero a veces no entregamos amor en
detalles, en palabras que bendicen, si nos callamos el amor, ¿cómo estamos
amando? ¡Cuántas omisiones en nuestra vida! ¡Cuánto amor perdido en el fondo
del alma!
Antonio
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