ENVEJECER ES UN ARTE QUE REQUIERE PREPARACIÓN


No por tener más años se cultivan nuevas y mejores virtudes, pro si se está dispuesto a vivir en plenitud cada etapa de la vida, hay virtudes propias  de cada tiempo que hacen de  cada momento de la vida algo único y valioso, irremplazable. Y es especialmente en la vejez que se nos regala cosechar y disfrutar de lo sembrado  a su debido tiempo.

El contacto con personas  mayores es siempre una silenciosa confrontación con nuestro propio envejecimiento y nuestros propios miedos.

Para poder vivir lo nuevo hay que morir a lo que ya no es; abrirse a lo que viene, hay que soltar lo que ya no podrá ser.

No es fácil hallar una respuesta a los dolores y pérdidas que trae el envejecimiento; pero todos los testimonios de quienes viven su vejez con alegría, coinciden en que el mejor camino es la aceptación de uno mismo y de la realidad tal como se nos presenta.

Para muchas  personas  mayores la soledad es un drama que solo con muchas dificultades llegan  a resolver especialmente cuando ha muerto su cónyuge. La experiencia de que “nadie los visita”, que “nadie los necesita”, que los olvidan, son expresiones recurrentes que expresan un sentimiento de gran soledad, convirtiéndose en una opresión cotidiana.

También hay quienes  le hacen frente  a la soledad, mirándola directamente, aceptándola y haciendo de ella una oportunidad para el crecimiento interior.

Envejecer es un don, pero también una tarea. Acompañar a muchas personas en diferentes  etapas de la vida, yo que voy teniendo ya mucha juventud acumulada, me ha confirmado lo que tantos ancianos me han enseñado: que envejecer es un arte que requiere preparación. De niños nos preparan para nuestra juventud, en la juventud nos preparamos para nuestra vida adulta, pero no se habla mucho-o más bien nada- de la preparación para el envejecimiento.

Ir cultivando virtudes que se hacen más fuertes en la ancianidad es un arte que nos prepara para ser fuertes interiormente, cuando nos vamos debilitando físicamente.

La vida auténtica solo es posible cuando no se niega la realidad de la muerte viviendo en la frivolidad, sino cuando se vive con la conciencia de la propia finitud.

La vejez  se ofrece al hombre como la posibilidad extraordinaria de vivir no por deber, sino por gracia. Y es tan cierto que la vejez es el tiempo del recuerdo agradecido, donde se tiene la necesidad de narrar, de contar la propia historia para asumirla como don, como gracia, como transmisión de una experiencia de fe, esperanza y de amor, que a su vez enriquece la vida de los otros. El relato siempre puede ser ocasión para bendecir la vida de los demás con fe y sabiduría, esperanza y sensibilidad.

La conciencia de que es posible una ancianidad fecunda y llena de dulzura, en medio de las dificultades propias de la edad, nos hace cantar con el salmista:”En la vejez seguirán dando frutos, estarán lozanos y frondosos (Sal 92,15).
 
Antonio

 

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