.
Tengo en mi cuarto un Cristo que no tiene brazos. No sé qué
pasó con sus brazos. Sólo sé que mira hacia abajo y me mira, como si me pidiera estar a su lado. Permanecer a su vera y sujetar con
mis brazos su vida cansada.
No tengo la cruz sobre la que fue crucificado. Sólo conservo
su cuerpo frágil, cansado, herido. Su cuerpo quebrado como el mío. Yo me siento
débil, frágil. Inmaduro en mis anhelos y mis
sueños. Su rostro me invita hoy a
decirle que sí. A decirle que quiero arriesgar mi vida sin miedo.
Él no tiene brazos. Y sé que necesita mis brazos. Es mi
Cristo roto. A mí me gustan las cosas
que no se rompen, las que están perfectas, no gastadas, sin heridas, sin roces.
No lo sé. Lo miro a Él roto y pienso que Dios se hizo hombre roto, herido.
Hombre imperfecto. Hombre sin fuerzas, desgastado.
No le quebraron ningún hueso. Sólo le clavaron una lanza. Lo
veo cansado y roto. Lo ha entregado todo. Desde siempre me conmovió pensar en
Cristo roto. Pienso en Él a mi lado.
No me gustan mucho esos Cristos resucitados. O en plena
ascensión al cielo rodeado de ángeles. No me gustan las nubes a sus pies, ni la
aureola que marca una distancia. No me gusta verlo lejos, demasiado lejos de mí.
Me gusta pensar en un Jesús roto, herido, gastado. Me gusta
su rostro frágil. Con sed, con hambre de un amor verdadero. Me gusta pensar que me necesita,
que no le basta con ser un Dios todo
poderoso para ser pleno.
Necesita mi impotencia. Mis brazos torpes. Necesita caminar
en mis pies y hablar en mis labios.
Necesita mirar con mis ojos y amar con mi alma, con mi cuerpo, con mi vida.
Pienso en ese Cristo roto que ya no puede abrazar porque no
tiene brazos. Y a mí me gusta pensar que Jesús
me abraza siempre en el camino. Su abrazo me da paz, me contiene. El
abrazo de Dios que me dice que valgo,
que le importo, que mi vida merece la pena.
Cuando estoy cansado miro a mi Cristo roto. Parece también
cansado, parece dormido. Lo miro a Él y pienso que mi cansancio es poco. Que
puedo caminar más, que puedo dar aún más en mi vida. Que tengo aún fuerzas.
Lo miro a Él cansado junto a mí. Lo miro sin brazos,
fatigado. Y pienso que no tengo motivos para estar cansado. Porque Él lo ha
dado todo por mí. Y le entrego mi cansancio, mi fatiga, mi debilidad.
Mi fatiga es preciosa, es
de Dios. Quiero entregarle mi desvalimiento, mi agotamiento. Veo a mi
Jesús roto y pienso en mi corazón roto.
Yo también tengo las heridas
de la lanza, del desprecio, de mi pecado. Yo también llevo la debilidad
y el dolor por no haberlo hecho todo bien. A veces lo pretendo. Yo también he
amado y me he gastado. A veces torpemente. A veces de forma muy frágil.
Noto el peso de la vida. Y quiero mirar de nuevo a mi Cristo
roto. Él me mira, lo sé y me dice que no tema. Que Él está roto para recordarme
que el sentido de la vida es romperse. Que
de nada sirve guardar la vida entera. Que amar a medias no es amar y dar
la vida con cuentagotas no es dar la
vida.
Lo miro sin brazos y pienso que mis capacidades humanas son
limitadas. Y que con el paso del tiempo serán aún cada vez más limitadas. Pero
no importa.
Tanta fatiga por conservar la
salud perfecta, el peso perfecto, la dieta perfecta. Y al final todo es
nada y nos sobra. Porque de nada sirve que me cuide tanto si no me entrego.
Y miro a mi Cristo roto, llagado, herido, cansado. Lo miro
como un niño. Sorprendido y quiero abrazarlo sin brazos. Y pensar que me abraza Él a mí sin sus brazos. Y descanso
en su pecho roto. Acariciando su rostro tan herido. Y me quedo a su lado.
Mirándolo. Él mirándome. El tiempo que haga falta. A ver si se me pega algo de
su vida.
Antonio
Comentarios