Se han pasado las fiestas navideñas y ya nos adentramos en
la temida cuesta de enero que aún tiene algunas secuelas por lo de la crisis.
La verdad es que todavía, todo el año se nos convierte en una cuesta empinada,
con recortes un día sí, otro no y el del medio.
El problema es que muchos de esos
recortes vienen a ser como el chocolate del loro, es así. Bueno será, de todas
formas, que abramos en nuestras vidas, y ojalá en el seno de una sociedad
aturdida y preocupada, doce amplios ventanales para encarar el año nuevo,
todavía flamante y a estreno.
Primera, fe, para nunca dudar de
que Alguien va por delante, abriéndonos
camino; segunda, ilusión, para no decaer en nuestro empeño de mejorar el mundo;
tercera, fortaleza, para no dejarnos vencer por las dificultades; cuarta,
trabajo, si es que tenemos la suerte de tenerlo o podemos encontrarlo, para que
no falte el sustento de la familia; quinta, humildad, para reconocer nuestras
limitaciones, nuestras sombras y debilidades,; sexta, caridad, ahí es nada,
para desterrar todas las clases de egoísmos; séptima , salud, ojalá que todos
tengamos, que nos llevará a valorarla y cuidarla al máximo; octava, oración,
aunque resulte extraña la palabra, que no es más que conexión con “las alturas”;
novena, verdad, mostrándonos siempre fuertes ante las mentiras interesadas;
décima, coherencia, para no desafinar entre lo que creo, digo y hago; undécima,
optimismo, para no desanimarme en las luchas de cada día; y duodécima, amor
que, en realidad, es la primera: no dar, sino darme a quien más me necesite.
Doce hermosas ventanas para que
entre la luz, el aire puro, la aurora nueva. Necesitamos respirar a gusto, para que los problemas agobiantes de esta
hora no nos asfixien, para que se ensanchen los pulmones de la esperanza, para
que sigamos caminando sin desfallecer y seamos
santuarios vivos en este Año de la Misericordia.
Antonio
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