Es verdad que para poder amar necesitamos antes amarnos a
nosotros mismos. Querernos como somos. Con nuestros límites, con las cosas feas
que no nos gustan. El problema es que cuando no nos gustamos a nosotros mismos
no logramos vencer la barrera que nos separa de los demás. Nos sentimos
juzgados por ellos, siendo nosotros nuestros peores jueces. Pensamos que los
demás nos miran con esos mismos ojos críticos con los que nosotros nos miramos.
El otro día veía un anuncio en el que un retratista pintaba, sin mirar antes, a
varias mujeres. Primero ellas se describían a sí mismas. Después otra persona
que las acababa de conocer las describía. Claramente era mejor el retrato
realizado con la descripción de un tercero. Mostraba una mujer más abierta, más feliz, con más
luz. Cuando ellas se describían eran más duras más exigentes. Tal vez nosotros,
cuando nos describimos, somos más críticos, que cuando describimos a otros. La
realidad es que somos mucho más bellos
de lo que pensamos, tenemos más luz, más alegría, irradiamos más paz. Nosotros
al mirarnos, no pasamos por alto las arrugas, ni ese lunar que afea nuestro
rostro, ni las ojeras, ni ese rasgo de nuestro cuerpo que nunca nos ha gustado.
Nos detenemos en cada desperfecto, en cada deterioro, y no tenemos
misericordia. El otro día una persona con 88 años me decía que pensaba que
todavía gustaba a los hombres. Estaba convencida de su belleza interior y
exterior. Los problemas en nuestra vida vienen cuando no nos gustamos, cuando
no nos gusta lo que hacemos, lo que somos y pensamos que los demás nos ven como
nosotros nos miramos. Lo que sucede
entonces, es que, cuando no nos gustamos y no nos gusta nuestra vida,
tampoco nos gustan las otras vidas, el mundo que nos rodea, las personas con
las que convivimos. Nos amargamos porque no nos gusta el deterioro que trae
consigo el paso de los años, detestamos
las secuelas que deja la enfermedad. No nos gustamos en muchas ocasiones. Y así
nos cuesta amar a otros. Quererlos con libertad. El amor empieza en el propio
corazón, en ese corazón liberado y en paz consigo mismo. Dios nos regala
siempre un trozo de vida para amar y entregarnos. Nos da el presente. A veces
nos parece poco y se nos escapa entre los dedos. Nos quejamos porque nos falta
tiempo. Pero es mucho lo que tenemos. Es un tesoro que perdemos o malgastamos
cuando nos enfadamos con la vida, nos quejamos de la mala suerte, nos
avergonzamos de cómo somos y vivimos angustiados por el miedo a perder lo que
tenemos. No amamos. No nos amamos. La vida se nos escapa y no la aprovechamos.
Antonio
Comentarios