Siempre pienso que la
vida que Dios nos regala es un gran tesoro. Lo bonito es vivirla en plenitud,
amando hasta el extremo, aspirando a vivir santamente. La santidad consiste en
dejar que Dios haga brillar la belleza de nuestro interior, ese oro escondido
en lo profundo del alma desde que nacimos. A veces pensamos que la santidad
consiste en no pecar, en hacerlo todo
bien, en cumplir con todas las obligaciones, en amar de forma perfecta.
Normalmente no lo logramos. Por eso, cuando caemos y nos sentimos lejos de
Dios, entonces vemos la cumbre de la santidad, como una meta inexpugnable.
Pensamos que ser santos es el producto logrado a base de esfuerzo, labrado en
una dura lucha por ser mejores. Sin embargo, por mucho que nos esforcemos sólo
logramos estresarnos y no alcanzar tanto como soñamos. Creemos que somos más
santos si cumplimos, si cuando nos esforzamos las cosas nos salen bien, si
respondemos a esas expectativas que pensamos Dios tiene con nosotros. Es casi como
un premio por nuestro comportamiento. Pero no es así. No, la santidad es un
don, una gracia, no una conquista. Los santos son aquellos que aprendieron a
vivir en la alegría de Dios y se dejaron
hacer por sus manos. La alegría nos hace confiar y ser optimistas ante las
contrariedades y las cruces. No hay santo triste. Porque se han sabido amados por Dios. Porque poseen
el bien más preciado, la presencia de Dios en sus vidas. La santidad es ese
fuego que quema las impurezas el corazón, el agua que sacia la sed del alma y
riega la tierra en sequía en la que vivimos. Es esa luz que ilumina las
oscuridades de las profundidades del corazón por las que nos movemos. Es la
gracia que nos permite vivir con paz y confianza las dificultades del camino.
Sí, estamos llamados a algo grande. Nuestros pasos construyen la historia del
mañana. Sembramos hoy y sabemos que otros cosecharán los frutos. Estamos
llamados todos a ser santos. Estamos llamados todos a vivir en Dios. Dios va
haciendo brillar lo que hay en nuestro interior. Nos pule y nos saca brillo.
Necesita nuestra entrega, nuestro sí, nuestra disponibilidad para dejar hacer a
Él. Santidad es sabernos amados y tocar ese amor con los dedos del alma. Dios
nos santifica cuando nos abandonamos en su corazón de Padre. Y así logra sacar
el oro escondido. Nos hace brillar. Nos eleva por encima de todo.
Antonio
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