Adviento es tiempo de la maternidad de María por obra del
Espíritu Santo. Tiempo de gestación expectante en el alma ante el próximo
nacimiento del Verbo encarnado. Al compás del amor, brotan en el corazón deseos
callados de contemplar asombrados el rostro niño de Dios. Deseos que nacen del
Espíritu Santo. Aquel que ora y clama en nosotros pidiendo la venida de Cristo.
¡Ven Amado! ¡Ven Nacido!¡Ven Esperado! Y es la Virgen Madre quien acompaña en
el seno del Adviento el nacimiento del
Verbo, como acompaña en el seno de Pentecostés el nacimiento de la Iglesia.
Paralelismos sostenidos por el Espíritu Santo, Aquel por quien toda virginidad
se hace fecunda y materna.
Prepara tu alma con aires de hogar para acoger en ella al
Verbo que se hace carne de tu carne, embellécela con más silencio
contemplativo, con oración más intensa, para que resuene en ella la voz de ese
Espíritu que clama enamorado al Verbo. Empapa tu Adviento de mucho Espíritu
Santo. Pídele que se haga presente en tu vida, en tu actividad, en tu trabajo,
en tu familia, en tus afanes y preocupaciones en todos los momentos y
circunstancias de tu día a día. Invócalo sobre las personas que te rodean o
están lejos, en las situaciones difíciles, en los momentos duros. Pídele que
cubra con su gracia tu persona tu vida,
la Iglesia toda, el mundo entero, como cubrió y fecundó el seno virginal de
María, para que en todo y en todos crezca ese cuerpo niño del Verbo que es la
Iglesia. Adviento es el tiempo que el Espíritu guía y conduce hacia el Verbo de
Belén. Allí contemplas a la Virgen, siempre Madre, que se anonada de humildad
adorando esa carne de Dios. Ponte quieto junto a ella y calla, no quieras
romper ese silencio contenido que, en las frías noches de Belén, envuelve con
ecos de Espíritu esta Palabra del Padre.
Antonio
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