¿Por qué las cosas no salen como queremos? Sólo nos queda
aceptar las cosas de la vida tal y como vienen. Le entregamos a Dios nuestro
corazón, nuestra vida. Aceptar el querer de Dios con paz es un camino, una escuela.
Aprender a querer lo que no queremos. Aprender a amar el camino que recorremos
aunque no sea el que deseábamos. Aunque
el dolor de la muerte nos hunda.
En esos momentos le decimos que sí a Dios, le entregamos un
poder en blanco sobre nuestra vida, un cheque
firmado por mí y en blanco para que
ponga lo que quiera. Entonces, ¿para qué molestar más al Maestro? Es lo
que dice el corazón.
Nos enfadamos con Dios, dejamos de oír su voz. Nos alejamos.
Nos olvidamos de lo esencial. Tal vez no es posible para nosotros, pero sí para
Dios. Nos cuesta no caer en la tentación de atar a Dios de manos y pensar que
Jesús no pueda tener un plan B mejor que el plan A para mi vida.
Np hay plan B. si el primero no ha resultado, no hay otro.
Eso pensamos. No hay vida después de la muerte. No hay esperanza cuando el
último aliento se ha ido. Pero Jesús nos sorprende.
Dios no creó la muerte, creó la vida. No es un Dios de
muertos, sino de vivos. Vivimos para siempre. Dios creó al hombre para la
inmortalidad. Me gusta hablar de esperanza. Me gusta que Dios no haya creado la
muerte. Me gusta que la muerte no tenga la última palabra.
Porque a veces siento que la muerte me viene impuesta. Y me
cuesta perder lo humano, lo caduco, lo que amo, lo que deseo. Como si Dios no
quisiera nuestra felicidad aquí en la tierra. Y la del cielo me parece lejana.
¡Cuántas veces le echamos la culpa a Dios de nuestras
desgracias! La enfermedad y la muerte. La separación y la ruptura. El dolor y
la angustia.
Alfonso Ussía escribía
así ante la muerte de una joven:”Mariana. Veinte años, una enfermedad terrible y terminó su paso por la
tierra. No entiendo bien esas cosas. Meses atrás estuve hablando a unos niños
hospitalizados por culpa del cáncer. Las paredes de su cuarto de jugar en el
centro médico herían la vista de colores vivos. Contraste con sus miradas
alegres a un paso de cambiar por la tristeza. Mientras les hablaba, yo paseaba
por los colores de las paredes porque no tenía fuerza ni valor para enfrentarme
con sus ojos. Un auténtico cobarde rodeado de valientes con el horizonte de sus
vidas terriblemente nublado. Por desgracia, no hay posible canje de vidas
humanas. Quien sobradamente ha vivido y cumplido con su existencia no puede
cederle la vida, regalarle el futuro, a quien ha nacido para sufrir y marcharse
a los ámbitos del Misterio.
No comprendemos la muerte ni la enfermedad. Nos supera el
dolor de los hombres, de los niños, de los inocentes. Ese dolor que es ajeno a
la vida. Ese dolor que no aceptamos porque nos rompe por dentro. Porque estamos
hechos para la inmortalidad. Para la vida eterna. Para el cielo.
Antonio
Antonio
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