Todos somos débiles y flojos para nuestra vida espiritual.
Pero, el Señor ha puesto en nuestras manos toda clase de medios para poder
ayudar-sólo si uno quiere- esa debilidad. Nos proponemos cambiar de vida, mejorar
nuestras relaciones con Dios, ser más fervorosos, dominar ese defecto que tanto
nos agobia, pero, a la hora de la
verdad, o no ponemos los medios adecuados, o los ponemos, pero nos cansamos y
nos puede la inconstancia. Nos tenemos que poner metas, pero no las que nuestra
fantasía o imaginación sueñan ilusamente con conseguir, sino las metas reales
que se adecúan a cada circunstancia o forma de ser. Hay que poner todos los
medios para conseguir esas metas, sí; pero, si uno se cansa o desanima antes de
tiempo, antes de conseguir los frutos que no llegan, se habrá derrochado esa
inmensa fortuna y tarde o temprano se terminará alimentado el hambre interior
de las algarrobas con las que se alimentan los puercos.
Entre todos los medios el más necesario y asequible, el más
sencillo, es la oración. Avivar la presencia de Dios antes, durante, o después
de las actividades de la jornada. Llenar de conversaciones con Él tantos ratos
perdidos y ocasiones que dejamos caer en el saco de las distracciones o de la
dispersión, sólo porque nos da pereza elevar el corazón a Dios. Cuántas
vitaminas espirituales nos daría la oración, si supiéramos cultivarla con
esmero a lo largo de las pequeñeces del día a día. Es la oración una fuente de
fortaleza inexplicable, capaz de poner dique al poder del mal. Un momento
repleto de Dios es capaz de hacer saltar por los aires esos muros de pecado tan
seguros, que tantos nos encierran en
nuestro egoísmo y nos aíslan de Dios. Pero, uno tiene que querer, Dios no fuerza
la libertad y no entra en ti vida si tú no lo dejas y no quieres.
Antonio
Antonio
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