Ningún minuto de tu tiempo vuelve
jamás a repetirse. Pero hay encuentros, conversaciones, llamadas de teléfono,
circunstancias y situaciones que, porque sabes que tienen un valor
especialmente único, intentas vivir con la mayor intensidad posible, y hasta
grabarías en tu memoria para poder recordarlas con detalle. Cuántas veces te
has encontrado con una persona a la que hacía años no veías, has recibido un
correo electrónico de alguien de quien habías perdido el contacto, o te han
llamado por teléfono después de tanto tiempo, y todo sin que lo hayas previsto
ni esperado. Cómo valoramos, entonces, esos momentos que sabemos pueden que no
vuelvan a repetirse.
Piensa que, en el orden del bien,
todas y cada una de las oportunidades y situaciones son aún más valiosas y
únicas. Quién sabe si la conversación o la entrega a Dios de una persona
depende de ese pequeño bien que has hecho en ese momento, no más tarde, o de
esa pequeña entrega,, esa renuncia, ese detalle que no dejaste pasar. No
desaproveches ninguna ocasión de hacer el bien, porque quizás nunca vuelvas a
darse esas circunstancias tan propicias. Piensa
que ese momento, cada momento, es el momento de Dios, no el tuyo, para
hacer ese bien concreto que se te presenta delante. Cada persona es única, cada
momento es único, la vida es sólo una. No la llenes de omisiones, de tiempos
vacíos, de oportunidades perdidas, porque nunca sabes si el Señor te concederá
la siguiente oportunidad.
Antonio
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