¿Quién no ha experimentado esa paz interior que se produce
cuando se es fiel al deber, cuando se llevan las responsabilidades al día, o
cuando se tiene una conciencia tranquila?
Son muchas las manifestaciones de alegría: personas que ríen,
cantan, juegan, cuentan chistes, están de buen humor, etc. Hay veces que la
alegría es sincera, pero en otras ocasiones se busca simplemente aparentar que
se está bien.
Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico
detectar que siempre hay una personalidad
más relevante que las demás, alrededor de la cual se centra la atención.
La atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más
inteligente, sino la personalidad que irradia más alegría. El rostro
sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en las personas, en
cambio una persona pesimista genera un rechazo que hace que huyamos
inmediatamente. A la hora de la verdad, es a este tipo de personas a las que la
gente recurre cuando tiene problemas y necesita solucionarlos.
La alegría proviene del interior, de la decisión personal de
donarse a alguien y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tienen que
aceptar que el resultado es positivo. Hay más alegría en dar que en recibir.
Pero, como he comentado antes, la alegría no siempre es
sincera y eso es lo que una persona tiene que descubrir.
¿En qué consiste la verdadera alegría?
Normalmente siempre distinguimos entre felicidad y alegría,
pero realmente esto debería estar unido,
ya que la alegría refleja el estado del alma y si eres feliz, lo manifestarás
con alegría. La alegría está en la autenticidad de la vida. No radica en
aparentar, ni en tener cada vez más posesiones, ni mucho menos en estar
riéndose superficialmente de manera constante. No significa no tener problemas,
preocupaciones…. Todo el mundo en esta tierra padece sufrimientos (mayores o
menores dependiendo de las épocas), pero estando cerca de Dios aprendes a
llevarlas con alegría, Dios es la verdadera fuente de alegría, amor y paz,
porque cuando uno está cerca de Dios, se
olvida de sí mismo para entregarse a los demás.
El dejarse de buscar a uno mismo y buscar a los demás es más fácil si
tienes a Dios dentro. Actualmente la gente está tan centrada en sí misma que no
piensa en los demás, siempre se quiere ser el protagonista en cada ocasión. De
ahí que estemos acostumbrados a estar alegres por las circunstancias exteriores
que nos acontecen, cuando en realidad el concepto de alegría es algo más
profundo, en pequeñas palabras, es paz interior.
¿Quién no ha experimentado esa paz interior que se produce
cuando se es fiel al deber, cundo se llevan las responsabilidades al día, o
cuando se tiene una conciencia tranquila? Cuánta alegría posee el que tiene una
sola cara. Por el contrario, cuánta tristeza e insatisfacción se crea cuando se
tiene dos personalidades diferentes, que
se usan en razón de la conveniencia.
La alegría no es algo con lo que se nace, sino que se hace,
hay que entrenarse; si sabemos qué queremos alcanzar, más fácil será el camino.
Por último, viene siempre de la mano de la sencillez. Nada de
montajes artificiales, de simular posturas para aparecer más de lo que uno es,
ni de complicarse las situaciones con novedades excéntricas. El espíritu alegre
lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás.
Su felicidad proviene de una decisión de querer ser, y
valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar más y
mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida es muy
sencilla. El anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del
hombre con signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no
la pueda encontrar: en el ambiente exterior, en la acumulación de objetos
materiales, en los placeres de un momento.
La alegría es posible, y está al alcance de todos, pero la
alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la
sencillez.
Antonio
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