EL orgullo destructor.


Tengo muy claro que el orgullo es lo que nos cierra la mayoría de las veces el corazón. Ese afán por quedar por encima de los demás, por mantener a salvo mi autoestima, por no perder la posición lograda, la fama conquistada, la imagen que tengo y mantengo con esfuerzo.
Es el orgullo que no me permite perder el poder sobre sí mismo, sobre mi vida, sobre los demás, sobre el futuro y el pasado. El orgullo que me hace luchar y tantas veces me deja solo en medio de la vida, derrotado.
Si no aprendo a renunciar al orgullo, a mi orgullo herido, es difícil que aprenda a vivir con misericordia. Si no dejo de lado mi amor propio, mi amor herido, y construyo sobre el perdón, no lograré entregar el corazón con sinceridad, desde la verdad. Pasaré por la vida juzgando, interpretando, determinando lo que está bien y lo  que está mal.
El otro día leía: “Un signo del falso amigo de Dios es el que condena a los otros, pero no se condena a sí mismo. Por el contrario los verdaderos amigos de Dios no condenan a nadie más que a sí mismos”
Ser amigos de Dios nos hace más conscientes de nuestra pequeñez. Nos devuelve la dignidad de hijos. Los verdaderos amigos de Dios tienen dudas y miedos, como los discípulos. No se posicionan en la verdad única. Saben unir desde la comprensión y el diálogo. No juzgan al diferente. No se alejan del que tiene una forma distinta de entregar la vida
Hace poco decía el tenista Rafa Nadal:”Casi nunca tengo enfado ni rabieta en la derrota. Cuando pierdo estoy más triste que enfadado. Esto es deporte y se gana y se pierde. Hay que tenerlo claro”.
El orgullo puede hundirnos en la derrota. Puede quitarnos la ilusión y llenarnos de miedo frente al futuro. Cualquier derrota es una escuela para aprender a vivir, para enfrentarnos a las dificultades con una cierta altura.
Por eso quiero dejar de lado mi orgullo. Aprender a mirar mi vida en su pobreza. Desde mi pequeñez crece la confianza en Él. Dios sabe lo que me conviene. Conoce mis debilidades y talentos. Ama mi pobreza. Es mi amigo.

Le miro y le pido que me ayude a confiar. A dejar de lado mi orgullo y mi miedo, mis dudas y agobios. Sólo desea que le entregue cada día lo que tengo sin querer apropiármelo como mío. Quiere que aprenda a amar donde Él me pone. Sin más pretensiones. Sin más horizontes que el suyo. Con su amor que supera mi pobreza. Con su luz que vence en mi oscuridad.

Antonio

Comentarios